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viernes, 12 de septiembre de 2014

Mi vampira traviesa. Capítulo 2


Os anuncio que en dos semanas estará publicada la novela en papel y kindle en amazon. Pronto podré avisaros del día exacto, así que estad atentos. Buen fin de semana a todos!!!
Espero que disfrutéis de este nuevo capítulo que os dejo.





2





—No hay nada de nada —aseguró—. De hecho, acabo de conocerle.

Samantha puso una mueca de disgusto no muy convencida, entonces soltó un grito ahogado y se tapó la boca con las manos. Edith vio cómo sus ojos se agrandaban por la sorpresa y la miró interrogante.

—¿Él está detrás de aquel robo que hubo en la tienda?

—Sí —aseguró sin rastro de duda. Hubiera deseado que Adolf no fuera el causante de todos sus problemas, pero ahora que lo sabía, al menos era consciente de a quién se enfrentaba—. Mi creador siempre estuvo un poco obsesionado conmigo, aunque ahora creo que con quien de verdad estaba obsesionado era con mi madre, ya que algunos de los objetos que robó de la caja fuerte, le pertenecieron. Son lo único que me queda de ella y no voy a permitir que me los arrebate de nuevo.

—Ya imaginaba que eran especiales, porque nunca quisiste exponerlos, pero nunca imaginé algo así.

—Siento no haberte dicho la verdad —se disculpó—. Creí que si te decía quién era yo en realidad, huirías. En el mundo en que vivimos, todo lo que se sale de lo convencional, asusta mucho.

—Qué me vas a contar… —convino Samantha sonriendo—. Bueno, tenemos que ponernos al día con muchas cosas, pero antes de nada, me gustaría echarte una mano con tus reliquias de familia.

—¿Qué piensas hacer?

La desconfianza brotó naturalmente de Edith. No es que no quisiera la ayuda de su amiga, pero cada vez que algo relacionado con su pasado estaba en juego, en especial los recuerdos de su madre, sus instintos protectores entraban en alerta máxima. Había dejado muchas cosas atrás en su vida, pero aquello no podía volver a perderlo.

—Tranquila, confía en mí.

Samantha posó su mano en el brazo de Edith y le transmitió aquello que ella necesitaba sentir: fe en alguien que no fuera ella misma. Por una vez en su vida, notaba que podía depositar su confianza en otra persona, sabiendo que no la defraudaría.

Saber si la gente mentía era uno de sus poderes a causa de su naturaleza. Se dio cuenta de que en ese momento, ser vampiro no le resultaba algo tan malo.

—Confío en ti.

Era todo lo que Samantha necesitaba oír para ponerse manos a la obra. Usar la magia no era algo que le agradara en exceso, pues aunque había nacido con esos dones, era muy consciente de que usarla tenía un alto precio. Pero cuando lo hacía para ayudar a alguien a quien apreciaba, no le importaba pagarlo.

Solo necesitaba usar el poder de un fenómeno como la luna, y sabía que ese fin de semana era el momento adecuado, ya que el ritual sería más fuerte y puro en ese instante y así se lo hizo saber a Edith.

—Está bien, quedaremos este fin de semana en mi casa.

—¿Crees que es una buena idea? —preguntó Samantha con preocupación—. No quisiera que los que están detrás de todo esto descubrieran dónde los hemos ocultado. Creo que es mejor que los traigas a la mía, porque puedo hacer un hechizo de ocultación y así evitar que te sigan a ti o a mi propio apartamento.

Edith lo meditó unos segundos. No le hacía gracia trasladar de nuevo los objetos, pero por otro lado, sabía que su amiga tenía razón. Seguro que estaba siendo vigilada, ya que si tanto deseaban lo que andaban buscando, harían lo que fuera para dar con ellos. Sabía que tenía que hacer lo mejor para mantener a salvo sus recuerdos de su vida pasada, porque eso sí que era algo que no podría recuperar jamás.

—Tienes razón. Esta noche cuando cerremos la tienda, me explicas lo que tengo que hacer, porque ahora me temo que tenemos que regresar —dijo señalando con la cabeza hacia la tienda—. Hay varios clientes esperando bastante molestos.

—¿De verdad? —preguntó sorprendida. Al ver el asentimiento de Edith, sonrió—. Es una pasada que puedas saber todo eso, tienes que explicarme muchas cosas.

—Tú también tienes que contarme cómo es ser una bruja, ya que nunca he conocido a ninguna y me tiene intrigada.

Con una sonrisa, ambas volvieron por el almacén hacia el interior de la tienda.



Los descubrimientos de esa tarde, debieron resultar abrumadores para las dos amigas. Pero en lugar de eso, por fin quedaron las cosas claras de una vez por todas. Tanto Edith como Samantha habían sospechado que había algo más que lo que se veía a simple vista, pero el miedo las hizo guardar silencio. Ahora sin embargo, mientras trabajaban, se miraban con complicidad. Sabían por fin lo que tanto deseaban conocer de la otra y podrían empezar de nuevo sin secretos, pues ambas compartían algo que no era difícil revelar a todo el mundo, y eso era, su naturaleza sobrenatural.

Edith notó que su amiga estaba más animada que momentos antes, al parecer la interrupción de esa tarde, le había venido bien para olvidar sus problemas con su novio. Pensó que al menos sirvió para algo.

No pudo evitar pensar en Jonathan durante toda la tarde mientras atendía a varios clientes snobs que le estaban haciendo perder la paciencia. Su rostro apuesto y viril, su imponente altura y sus ojos verdes, profundos y misteriosos como los bosques del norte, hacían acto de presencia en su mente, como fotografías grabadas en su mente. Sobre todo le había desorientado que al final confesara su nombre, ya que al principio, no parecía muy dispuesto a decirle nada en absoluto.

Se le planteaban muchas preguntas con respecto a ese hombre que había decidido dar la cara, puesto que la primera vez que le robó, lo hizo por la noche y tan sigilosamente que ni siquiera saltó la alarma. Desde luego era bueno en su trabajo, lo que le hacía pensar que esta vez había logrado su objetivo: poner fuera de circulación los recuerdos de su madre, y fuera del alcance de Adolf Callaghan y Jonathan Brown.

Pasó la tarde rememorando su voz y todo lo relacionado con él, y cuando llegó el momento de cerrar la tienda, se dio cuenta de que se estaba comportando como una verdadera estúpida. Había logrado vivir su vida de inmortal, conservando su cordura y su corazón intactos y bastaron unos pocos minutos al lado de ese hombre -con un cartel invisible que anunciaba peligro-, para que estuviera perdiendo la cabeza por su culpa.

Tenía que quitárselo de la cabeza y sabía exactamente cómo hacerlo: esa noche saldría por ahí. La idea la animó los pocos minutos que le quedaban de estar trabajando.

Cuando estaban fuera, Edith miró a un lado y a otro y concentró toda su energía en examinar la zona a fondo, no deseaba que su conversación con Samantha fuera escuchada por oídos indeseados.

—¿Estás completamente segura?

—Sí, tranquila, no hay nadie cerca que pueda oír nada, y si pasa alguien puedo notar si es un vampiro o no.

—Es una locura… —murmuró una fascinada y nerviosa Samantha—. Bueno lo que tienes que hacer esta noche, digamos a las diez, para asegurarte que yo haya llegado a mi casa, es poner dos velas normales a cada lado de los objetos que necesites ocultar. Yo me encargaré de establecer contacto contigo. —Dicho esto, le dio su colgante a Edith—. Llévalo encima. No hace falta que hagas nada, aunque me serviría de ayuda que permanecieras junto a las velas unos minutos. Seguramente percibirás la energía, así que sabrás el momento en que yo haya terminado el ritual.

—Así lo haré.

Se quedó pensativa y miró el colgante dorado de estrella de su amiga, preguntándose si tenía algún significado especial para Samantha, ya que lo llevaba siempre. Consideró todo un gesto de confianza, que se lo entregara, pues sabía lo difícil que resultaba desprenderse de las cosas que tienen valor sentimental.

—Fue un regalo de una bruja mucho más poderosa que yo —explicó sin necesidad de oír la pregunta—, y como lo llevo desde hace muchos años, servirá de amuleto y me ayudará a conectar mejor contigo aunque estemos lejos.

—Gracias por hacer esto por mí. Muy pocas personas me han ayudado a lo largo de toda mi vida, y menos sin apenas conocerme.

—No te preocupes por nada, el hechizo de ocultación saldrá bien.

La miró con cariño y aunque conocía lo suficiente de Edith para saber que no se abría fácilmente, supo que desde ese momento su relación de amistad sería muy distinta.

Sería mejor.



Edith caminó unas pocas manzanas hasta su ático del Upper East Side. Hacía ya diez años que vivía en la zona, aunque no tenía muy claro que pudiera quedarse mucho más, teniendo en cuenta que las personas que la veían a diario, pronto empezarían a notar que no envejecía absolutamente nada. Y no es que fuera algo tan extraño, pues las mujeres adineradas pagaban una fortuna por tener una apariencia perfecta y joven, pero dado que ella solo tenía veintiún años, sí que resultaría extraño, que su imperturbable apariencia juvenil pasara desapercibida por demasiado tiempo.

Saludó al señor Gilbert, el portero del edificio, y se encaminó hacia el ascensor. Estaba pensando en el vestido que se iba a poner esa noche para salir, cuando al abrirse las puertas se encontró con un par de ojos verdes que la miraban con intensidad. Una inoportuna oleada de placer la recorrió cuando vio que llevaba un traje imponente de color negro con una corbata oscura. Ensimismada con el irresistible atractivo del vampiro, se dio cuenta de que en realidad prefería verle con su look de tío peligroso: vaqueros y chaqueta de cuero oscura.

—¿Qué quieres? —espetó furiosa consigo misma.

—Ya sabes lo que quiero.

Alargó tanto la última palabra, que Edith pensó que en realidad lo que quería decir era algo distinto y mucho más íntimo, que la recuperación de los objetos. Posiblemente a ella, por la mirada lasciva que le dirigía. Pero no estaba dispuesta a dejarse llevar por una cara bonita.

Estaba cansada de pasar por alto la desconfianza que la alertaba cuando estaba en presencia de un hombre o vampiro que guardaba secretos y mentía descaradamente. Aunque muchas veces lo hacían para protegerse a sí mismos y su intimidad, Edith también sabía que en muchas ocasiones, solo deseaban ocultarle lo peor que había en sus interiores y así lograr que cayera en sus redes.

Todo el mundo tenía secretos, incluso ella misma, pero lo peor de todo no era eso, sino las intenciones que llevan a la gente a ocultar ciertas cosas. Cuando se hace por puro egoísmo y para lograr sus objetivos sin importar quién pueda salir herido, al ser desvelados de forma inevitable tarde o temprano, el dolor que causa puede ser devastador. Edith detestaba esa sensación de traición, de sentirse utilizada, engañada y manipulada.

Llevaba mucho tiempo protegiéndose de los demás y sobretodo de los hombres, pero el escalofrío que recorría su cuerpo cuando Jonathan estaba cerca, le hacía pensar que volvía a estar en serio peligro. La última vez que se permitió sentirse vulnerable de ese modo ante un hombre, acabó en un baño de sangre.

—Será mejor que te vayas, y que no se te ocurra acercarte por aquí nunca más —advirtió Edith.

—¿Por qué estás tan nerviosa?

La voz del vampiro era apenas un murmullo ronco. Edith notaba la excitación de él y la estaba enervando de una manera que casi no podía controlar. No dejaba de luchar por sus propios sentimientos, ya que al parecer su cuerpo no estaba en sintonía con su mente, que se negaba a consentir cualquier atracción ante el atractivo hombre que se acercaba de manera peligrosa.

—Lárgate de mi casa.

—Tengo que hablar contigo.

—Por favor vete, tengo cosas que hacer y no deseo tenerte por aquí merodeando.

Su tono de súplica y casi desesperado, le ablandó lo suficiente para desistir por el momento.

Jonathan percibía tal tumulto de sentimientos encontrados que no sabía cómo interpretarlos. Notaba que ella también era consciente de la atracción entre los dos, pero por alguna razón que desconocía, ella luchaba contra ello. Y eso solo le hacía desear desentrañar el misterio.

Nunca había conocido a una mujer que fuera una fuente de contradicciones tan manifiesta como Edith. Quizás fuera, porque al ser una vampira, le costaba menos leer en ella. Aunque sin duda podía ver que, tanto su interior como su exterior -perfectamente estudiado-, eran como un libro abierto. Estaba seguro de que esa era unas de las mejores cualidades que Edith había conservado cuando se hubo convertido.

Una vez más, sus obligaciones le devolvieron a la cruda realidad. Callaghan deseaba resultados y se suponía que él estaba allí para lograr lo que su jefe deseaba. Aunque su último descubrimiento esa noche, había sido el enterarse de que no era el único que estaba tras la pista de los objetos perdidos, robados y recuperados por Edith.

Jonathan pensó que ella estaría nerviosa porque los tenía guardados en su casa. Debió imaginar que nadie la localizaría allí, pero él no era cualquiera. Era un investigador experimentado y pocas cosas escapaban a su control, menos aún si le interesaban personalmente, como era el caso de la vampira que tenía delante.

Cuando ella abrió la puerta, le miró con los ojos entrecerrados, como midiendo si debía usar la fuerza con él para que se fuera, y eso le hizo gracia a Jonathan. Pocas personas eran capaces de enfrentarle. No podía por menos, que admirarla aún más por ello. Claro que ella era mucho más fuerte por los años que le superaba como vampira, pero él había practicado y entrenado durante años y sabía cómo defenderse y desde luego, como devolver un golpe. Aunque no estaba allí para eso.

—Tengo que advertirte…

—¿En serio? ¿Me vas a advertir sobre Adolf o sobre ti? —le cortó ella.

No se esperaba aquella salida y menos aún a la sonrisa traviesa que asomó a los carnosos labios rosados de Edith. Se quedó mirando en aquella dirección lo que le pareció una eternidad y cuando quiso darse cuenta, ella le había cerrado la puerta en las narices.

Maldijo en voz baja para no llamar la atención. Sabía que ella le habría oído, desde luego. El sentido del oído vampírico era capaz de captar muchos sonidos que escapaban a los humanos. Miró la puerta y Jonathan se dio cuenta de que ella había usado su mejor arma contra él. Ese precioso rostro que le tenía encandilado desde que lo vio por primera vez, iba a ser todo un problema, pues le resultaba irresistible y ella era muy consciente del poder que tenía sobre los hombres. Debía de andarse con cuidado o se metería en un buen lío: su jefe no toleraba los fracasos y era propenso a deshacerse de aquellos que le defraudaban. No sabía el motivo, pero pensó que si no era capaz de manejar bien la situación con Edith, sería mucho peor de lo que hubiera imaginado nunca.



Se alejó de la puerta y fue directa a su habitación, porque sabía que el vampiro aún andaba cerca y no quería que notara que su pulso latía a toda velocidad por su culpa. Había intentado sonar despreocupada, pero sabía que su fachada no servía de nada ante un vampiro.

Edith se deshizo de su vestido de punto y lo puso en una percha a un lado del armario, para que Roxanne Wilson lo llevara al tinte. La señorita Wilson era la mujer que llevaba su apartamento en una de las calles más prominentes de Manhattan, tenía treinta años y era educada y eficaz. Edith a menudo se preguntaba qué haría si no la tuviera a su disposición, así que la cuidaba casi como si Roxanne fuera su hermana pequeña. Sabía que la echaría de menos cuando tuviera que marcharse, pero era inevitable y más pronto que tarde, ocurriría.

Se metió en la ducha y mientras el agua caía por su tersa piel nívea, su mente conjuró la imagen de Jonathan una vez más ese día. Se preguntó cómo sería sentir sus manos por todo su cuerpo, acariciándola y haciéndola estremecer.

Un suspiro ahogado salió de sus labios y entonces se dio cuenta de que se estaba comportando como una demente. No sabía cómo era posible que ese hombre desconocido se estuviera metiendo en su cabeza de esa manera. Se puso alerta para detectar si aún estaba cerca y por alguna casualidad, lo estaba haciendo a propósito entrando en su mente sin ser invitado, pero no fue capaz de notar nada fuera de lo común en su casa o alrededores.

Escuchó su móvil y con una velocidad pasmosa, se secó con una toalla y fue a por él. Era un mensaje de Samantha para avisarla que estaba a punto de comenzar el ritual de ocultación de los objetos. Ese fin de semana realizarían uno de protección cuando estuvieran ocultos en casa de su amiga, pero como no deseaba transportarlos por el riesgo de ser descubiertos por personas indeseadas, tenían que tomar ciertas precauciones. Para ello, Edith y Samantha serían las únicas que podrían verlos y establecer contacto con ellos.

Se vistió rápidamente con un vestido negro corto de tirantes y colocó en la puerta del armario una chaqueta larga muy elegante para ponérsela cuando fuera a salir. Dejó sus zapatos de tacón y el bolso junto a la chaqueta.

Edith cogió el colgante de su amiga y fue como un rayo a por unas velas que había en el salón. Le gustaba dar rienda suelta a sus poderes de vampira cuando estaba sola en casa, porque era agotador tener que fingir todo el tiempo que había humanos alrededor y pocas veces podía ser ella misma.

Tenía un tocador en su dormitorio, una pieza antigua que restauró, porque le traía recuerdos de su infancia y pensó que era el lugar ideal para colocar el joyero con el anillo de su madre dentro. Según le contó, ese anillo fue pasando de generación en generación, aunque Margaret no supo nunca asegurarle cuántos años tenía. Y ella nunca quiso investigarlo, porque habría tenido que hablarle de él a alguien y no se veía capaz de hacerlo por miedo a que se lo robaran. Aunque eso mismo ocurrió cuando conoció a Adolf y éste lo vio por primera vez. Nunca supo interpretar el interés de él por ese anillo, pero supuso que era de gran valor económico también, y por eso deseaba recuperarlo.

Con las velas encendidas y el colgante de Samantha en la mano, puso el joyero justo entre las dos velas. Con una sonrisa, Edith añoró los tiempos en que esas velas eran lo único que iluminaban el espejo donde se observaba mientras se peinaba su largo cabello moreno.

Supo con exactitud cuándo comenzó el ritual de su amiga, pues una energía muy poderosa invadió la estancia. En ese momento sintió algo más, aunque no demasiado cerca para saber qué era. Edith se mantuvo quieta mirando la llama de una de las velas y esperó a que terminara.

Sintió una presencia en la habitación. Demasiado cerca de donde estaba ella, su corazón empezó a latir de forma desbocada y el miedo casi la paraliza, no porque la asustara la persona que estaba justo detrás de ella, pues sabía muy bien de quién se trataba, sino porque había faltado muy poco para que descubriera lo que estaba haciendo ella en ese momento. Dio gracias en silencio a Samanta por haber terminado el conjuro justo a tiempo. Se puso el colgante al cuello y se giró.

Allí estaba Adolf Callaghan.



Muy pronto más...


Os dejo el book trailer aquí.

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