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jueves, 17 de noviembre de 2016

El frágil lazo del amor - Capítulo 3


Como se suele decir... no hay dos sin tres... ;-)

¡Feliz lectura!



Capítulo 3


La primera semana había pasado y no tenía resultados de ningún tipo. Normalmente habría seguido al objetivo y averiguado todo lo necesario, pero no podía arriesgarme a ser descubierto. Sabía de memoria todo lo que decían los informes que mi hermano me había hecho llegar, y lo que ya me comentó antes de venir a Richmond. Era poca cosa en realidad, si lo pensaba bien. Por eso estaba yo aquí, claro, para arrojar un poco de luz y hacer justicia si llegaba el momento. Algo que deseaba fervientemente.

Sin embargo, como mis planes en el futuro, eran: seguir ocupando la plaza que tanto trabajo me había costado conseguir en el colegio, deseaba hacer las cosas bien. Eso incluía evitar todos los contratiempos posibles. No quería dejar tirados a los alumnos de mi curso en caso de meter la pata, bastante tenían con haber perdido a otro profesor no hacía mucho. Yo no podía correr la misma suerte.

Sin duda para el día siguiente las cosas habrían cambiado. Eso esperaba. La fiesta de cumpleaños de Brent me daba la oportunidad para verle en su ambiente fuera del trabajo. Algo que no me hacía falta averiguar era si todavía sentía algo por Amber.

La respuesta era afirmativa.

Pensaba que ella le había olvidado, pero tenía mis dudas al respecto. Habían tenido una relación de casi dos años antes de que todo se fuera al garete y esos recuerdos no se esfumaban tan rápido para algunas personas. Yo lo sabía bien. Eran muy confusas las impresiones que me transmitía ella en el colegio. No podía determinar si era rechazo ante la presencia de su ex o sentimientos encontrados que no habían sido resueltos entre los dos. Notaba que le evitaba a menudo, pero eso podía significar muchas cosas. Como que seguían manteniendo una relación de algún tipo. Esa idea rondaba por mi mente a menudo, dejándome un regusto amargo sin saber por qué. No nos conocíamos de nada, aunque de alguna manera, era como si hubiera una conexión entre los dos.

De un modo u otro, lo averiguaría pronto.

Y como si la hubiera llamado, allí estaba ahora. Con una camisa con cuello cerrado con un lazo y una falda de tubo que llevaba muy en su línea: sin que se le ajustara demasiado a sus curvas.

Lo que daría por verla con ropa deportiva en el gimnasio al que iba yo tres veces por semana. La licra no dejaría demasiado a la imaginación. O quizás sí.

Parpadeé varias veces al darme cuenta de que me hablaba. Ignoré mis pensamientos por el momento.

—Perdona, ¿qué decías? —pregunté, sintiéndome un colegial más. Algo que no me agradaba demasiado.

—¿No queda café?

Me miró con una expresión lastimera y un gracioso mohín en sus labios y mis ojos se quedaron allí un rato, hasta que volví a aterrizar en la Tierra y vi que esperaba una respuesta. Esta mujer me dejaba tan fuera de combate, que mi entrenador personal en artes marciales no era más que un aficionado a su lado. Asombroso. Perturbador.

Le dediqué mi mejor sonrisa y procuré centrarme.

—Te he guardado uno —dije.

Le tendí el vaso y noté que sus ojos se abrían por la sorpresa. Se sonrojó ligeramente y susurró una palabra con esa boca tan sensual:

—Gracias.

—Lo he preparado como te gusta —le expliqué con mi mejor mirada seductora. Su expresión contrariada tiró por la borda mi nuevo intento por seducirla.

—¿Cómo puedes saberlo? Apenas hemos coincido un par de veces en la cocina —dijo con el ceño ligeramente fruncido.

—Es verdad, pero a menudo la gente es fiel a sus costumbres. Con una vez fue suficiente para saberlo —concluí con suficiencia—. Además, lo tomas como yo: con leche y sin azúcar.

—Cierto —convino con una mirada profunda y una ligera sonrisa—. Gracias de nuevo.

Nos miramos un instante y ya estaba empezando a notar una inoportuna necesidad de acercarme a ella y dejarme de sutilezas. Me atraía como ninguna otra mujer había hecho antes y apenas lograba contenerme cuando la tenía cerca. Ahora, en la diminuta cocina, y a solas, era toda una hazaña que no me levantara de mi asiento y la besara hasta dejarla sin aliento, jadeante y suplicando más.

Deseaba probar esa tentadora boca. Pero sabía que era una pésima idea. Amber se merecía mucho más. Respeto para empezar. Estaba empezando a plantearme la idea de pedirle ayuda directamente. Detestaba ocultar cosas a las personas que me importaban, independientemente del lugar que ocuparan en mi vida, y aún más si eran personas decentes como ella.

A pesar de que me estaba conteniendo con todas mis fuerzas, me levanté para poder mirarla a los ojos más de cerca. Mis dedos inquietos querían tocar sus mejillas y no tuve más remedio que meterme las manos en los bolsillos de mi pantalón deportivo, como si con ese gesto pudiera calmar mis ansias, pensé con ironía.

—Tengo dos clases ahora y termino por hoy —comenté para romper el tenso silencio—. ¿Nos vemos mañana en el restaurante?

—Sí, claro —asintió tímida.

—Perfecto —dije bajando mi voz—. Por cierto, estás preciosa hoy.

Me miró muy seria y entrecerré mis ojos mostrando mi confusión.

—¿Bromeas?—inquirió algo irritada.

—No —aseguré tajante, sin saber muy bien a qué se refería—. ¿Por qué haría eso?

Negó con la cabeza. Imaginé que se debatía en su interior por una cuestión que estaba empezando a tomar forma en mi mente.

—Todo el mundo me dice que visto como si tuviera veinte años más —dijo poniendo los ojos en blanco—.Preciosa no es el adjetivo que mejor me define —soltó con una pizca de sarcasmo.

—Un colegio no es lugar para minifaldas y tops de lentejuelas —solté sin poder evitar sonreír. Obvié su último comentario, porque entonces, le diría lo que pensaba sobre las personas con una vista e imaginación tan cerrada—. Aunque tengo que decirte que aún recuerdo tu camiseta y el sujetador del otro día —añadí para provocarla.

—¿Pero qué…?

Me miró con los ojos abiertos como platos y las mejillas sonrosadas, y levanté mis cejas insinuando que aquella visión me traía muchos buenos recuerdos. Amber resopló y se tapó los ojos con la mano que no sostenía su café.

—Qué vergüenza. Olvida eso, por favor —pidió con voz lastimera.

—Ni hablar —mi tono guasón se ganó una sonrisa abierta y sincera—. Ese sujetador tan provocador es magnífico —dije con sorna, sin faltar a la verdad—. Dime, ¿tienes más de esos? —pregunté con gran interés.

—Sí, toda una colección —soltó de repente.

Su brusca broma nos sorprendió a ambos.

Nos quedamos en silencio, asumiendo lo que acababa de decir en un arrebato de sinceridad. No me había esperado aquella salida, pero al verla con esa chispa de fuego en sus ojos, me acabó de conquistar.

¿Quién podría resistirse? Tenía temperamento. Y eso me ponía mucho.



Faltaba una hora para la fiesta de cumpleaños de Brent. No me apetecía nada verle, y mucho menos fuera del colegio.

Se comportaba de un modo bien distinto cuando no estaba entre las paredes de la institución que él consideraba sagrada. La verdad era que también era lo único que teníamos en común. Sin duda un detalle que debí tener en cuenta hace años, pero que dejé pasar. Cuando no compartes absolutamente ningún valor importante con la otra persona con la que tienes una profunda relación, más que una profesión en común, se da una combinación destinada al fracaso más absoluto. Justo lo que ocurrió.

Miré con indecisión el vestido que Holly había elegido para mí. Colgaba de la puerta de mi vestidor, le eché un último vistazo y me paseé por casa, haciendo cualquier cosa para posponer el momento de ponérmelo. Bajé la escalera curva hacia abajo, tamborileando mis dedos por todo el pasa manos de madera, y volví a subir hasta mi habitación que estaba justo al fondo del pasillo. Me faltaba valor para tocarlo siquiera, ¿cómo iba a ser capaz de ponérmelo?

Era corto, ajustado y de color negro con encaje en el cuello y en la parte de abajo. El cuello cuadrado dejaba visible el comienzo de mis pechos, aunque de forma sutil. Me hubiera gustado replicarle para que buscara algo con un poco más de tela en la parte que se suponía que debía taparme las piernas, pero habría sido inútil, sabía que no me escucharía.

Ahora daría lo que fuera por poder tapar mis rodillas desnudas.

Por poco se metió conmigo en el probador de la tienda para asegurarse de que me quedaba bien y que no le mentía para dejarlo donde debía estar: en la percha del establecimiento; pero la verdad fuera dicha, no entendía en qué pensaba. No era mi estilo, no era conservador ni recatado. Enseñaba más que ocultaba y con el ceño fruncido pensé que, si lo viera mi madre, lo quemaría al instante.

Los zapatos de tacón a juego eran preciosos, claro. También eran mi debilidad, algo que me gustaba para salir, aunque no los combinara nunca con vestidos tan atrevidos. En cierto sentido, me daba miedo llevar el conjunto porque Brent podía pensar que lo hacía para llamar su atención, aunque no era a él a quien me gustaría impresionar esta noche. Claro que no pensaba salir con Ethan ni nada parecido, pero quería demostrarle que podía vestirme para ir de fiesta. No sabía de dónde salía esa idea de exponer ese punto de vista, pero así era. Tal vez porque no terminé de creerme su cumplido, ya que “preciosa” no era un adjetivo que usara la gente para calificarme. No porque vistiera mal, sino porque decían que nunca arriesgaba. Holly me animaba a lanzarme un poco más, pero me resultaba difícil. No me sentía del todo cómoda, pero después de haber oído ese dudoso halago, necesitaba que viera que sabía arreglarme para salir. Podía ser elegante y no aburrida.

Tenía que dejar ese punto bien claro. Aunque el vestido en la percha ya hacía eso por mí sin necesidad de lucirlo, medité.

Fui a la cocina a servirme un vaso de vino blanco. Quizás me diera valor y el toque de alegría justo para soportar lo que se me venía encima. Menos mal que tenía a mis compañeros para amortiguar la velada. Teníamos una relación de amistad, más que otra cosa, porque después de tres cursos en el colegio del barrio, habíamos llegado a pasar muchos ratos juntos. Tom, Harry, Bryanna y Emily eran casi parte de mi familia. Demasiado a menudo, no sabía qué haría sin ellos cuando mi propia familia me volvía loca. A causa de las fiestas navideñas, hacía ya semanas que no quedábamos para salir juntos. El hecho de que todos, menos Tom y yo, estuvieran casados, dificultaba un poco eso, pero aún así, siempre conseguíamos buscar un rato libre los fines de semana para tomar un café o una copa si se daba el caso.

Intenté no pensar mucho mientras me dirigía a mi habitación de nuevo y me enfundaba el vestido. Si seguía subiendo y bajando, acabaría agotada antes de salir. Procuré ignorar en escalofrío que sentí cuando la fina tela rozó mi muslo tan arriba que quise tirar para ver si de ese modo crecía unos cinco centímetros más. Como no acostumbraba a llevar medias de color claro, Holly tuvo que añadir unas cuando estuvimos de compras y aquí estaba yo, con encaje por todas partes. La verdad es que la ropa interior sexy es mi perdición. Como la llevaba bien oculta, era como guardar un secreto solo para mí. No me sentía tan cómoda con ese precioso, para qué me iba a engañar, vestido de noche y todo el conjunto en general, pero el resultado era el que iba buscando, o eso me repetí a mí misma.

Me maquillé lo justo, aunque cambié mi sobra de ojos de tono claro predilecto, por uno más oscuro. Decir que me sentía otra persona era quedarse corto, pero al mirarme en el espejo, me gustó lo que vi. Con una sonrisa nerviosa, fui al garaje y tras dejar el bolso en el asiento del copiloto de mi Lexus, me dirigí al restaurante Delight.

Era un sitio lujoso y a la vez confortable. Me encantaba cenar allí con mi familia en cualquier ocasión. Resultaba obvio que Brent lo había elegido por ese motivo, pero decidí no pensar mucho en eso mientras conducía unos veinte minutos hacia el centro y dejaba el coche en el parking que había al lado.

Hacía un frío insoportable y me alegré de haber cogido mi abrigo oscuro más conservador, me tapaba más que el vestido y tuve la tentación de dejármelo puesto todo el tiempo, pero sabía que era una idea poco práctica, por no decir incómoda para cenar. Cuando entré y lo dejé en el ropero, vi que estaban casi todos en el bar tomando algo antes de la cena. Mis compañeras estaban guapísimas y muy bien acompañadas por sus maridos. Fui directa hacia allí y sentí alivio al darme cuenta de que Brent estaba al teléfono a unos metros, no tendría que saludarle hasta que él se acercara. Me quedé hablando con Emily y su marido Scott, con Bryanna y su tremendamente sexy marido Zachary y con Harry acompañado por su simpática mujer Rachel.

Estos últimos se habían casado hacía apenas tres meses y estar cerca de ellos era como tener que presenciar las escenas más sensibleras e interminables de una película romántica.

—¿Dónde están los demás?

—Tom viene con alguien, creo —respondió Bryanna—. Y el resto de profesoras vendrá más tarde, como siempre. Ese grupo me tiene harta. Se creen Los Ángeles de Charlie. Y tienen el mismo cerebro que los alumnos de infantil a los que dan clases… sin ánimos de ofender a los más pequeños, claro.
Nos echamos a reír y los hombres se distanciaron para hablar de sus coches, de deportes y esas cosas, mientras nosotras nos dedicábamos a cotillear sobre Zoe, Caitlin y Elle. Eran las que daban clase a los niños más pequeños del colegio y también las más jóvenes, por lo que de alguna manera, era inevitable que existiera un muro invisible entre ellas y nosotras. Sin contar con Harry y Tom, que las trataban como si fueran adorables. Algo incomprensible a nuestro parecer.

—Atención, ahí viene el señor director —susurró Emily con voz grave para advertirme.

—Hola Amber. Me alegra verte —Brent me miró de arriba abajo y sonrió—. Estás preciosa —murmuró, todo seducción.

Su voz grave me habría dejado temblando hacía tiempo. Ahora solo sentía ganas de salir corriendo y alejarme de él.

—Gracias —murmuré algo tensa—. Por cierto, felicidades.

—Gracias —dijo complacido.

Su sonrisa se amplió antes de acercarse hasta mí y abrazarme. Como mis brazos quedaron atrapados por los suyos, solo le di una palmada en su hombro, aunque me hubiera encantado darle un empujón en su lugar.

Desde la posición en que estaba, pude ver que Ethan se aproximaba con una expresión que me aterrorizó. Sus ojos eran como témpanos de hielo, tenía una mirada fría y dura, en gran parte dedicada a mí, aunque no entendía el motivo. Ni estaba abrazando a Brent ni había nada entre nosotros, para que se pusiera así.

No pude evitar poner los ojos en blanco ante tal manifestación de testosterona.

—Buenas noches —dijo en voz muy alta.

Creí que era la única que percibió el tono amenazante en el saludo, pero cuando Brent se alejó, dejándome libre por fin, le vi frunciendo el ceño antes de poner una expresión neutra y devolvérselo de mala gana. Dejé pasar la lucha de cornamentas y cuando al cabo de un rato nos reunimos todos los invitados, entramos en un comedor de gran tamaño, el cual estaba casi todo ocupado.

Al llegar a nuestra mesa elegí el asiento más alejado del único extremo ocupado por una silla. Era la que ocuparía Brent, puesto que era el homenajeado, y yo prefería mantener las distancias. Cuanta más, mejor.

Una mano tiró de mi brazo y al girarme me encontré con una de mis mejores amigas: Denise Allen. Nos fundimos en un fuerte abrazo porque llevábamos sin vernos más de un mes. Había estado viajando por trabajo y después de eso también por vacaciones. Solo los emails que me enviaba siempre que podía, me tenían informada de su paradero. Sabía que estaba en casa desde hacía varios días, pero no habíamos tenido oportunidad para quedar y ahora por casualidad la encontraba en el mismo restaurante que yo. Por primera vez en todo el día me alegraba de haber decidido acudir al cumpleaños de un hombre al que más detestaba.

—Que alegría verte —le dije con una sonrisa emocionada.

—Igualmente. Estás imponente —aseguró alejándose para verme bien—. El vestido te sienta de miedo Amber. Esta noche arrasarás —aseguró, soltando una risita jovial.

—No será para tanto —dije nerviosa al notar que Ethan, a mi lado, me miraba con gran interés—. Bueno, y ¿qué haces aquí? ¿Has quedado con alguien?

—Pues sí —dijo ilusionada—. Estoy con Ingrid en aquella mesa —señaló al fondo de la sala y vi cómo esta se levantaba para acercarse. Intenté no mostrar mis contradictorios sentimientos al verla caminando hacia mí—. Hemos quedado para cenar con aquellos chicos tan guapos. Si luego nos vemos en el Concord, te los presento.

—Claro, me parece bien —dije apresuradamente.

Intenté tragar pero la tarea me resultó difícil.

Casi siempre cuando salíamos, íbamos al mismo Pub: Concord. Era un sitio ideal con varios ambientes en los que o bien podías bailar hasta caer rendida o solo sentarte a charlar con tus amigos mientras tomabas una copa.

Hacía semanas que no iba por allí. Desde que me enteré de lo que me hizo la que se hacía llamar amiga mía. Ingrid había intentado mantener el secreto, igual que Brent, pero lo que ninguno sabía era que éstos siempre acababan saliendo a la luz. Lo único que lamentaba era no haberlo sabido mucho antes; así no habría hecho el tonto durante años al tratarla como una verdadera amiga. Algo que me ponía furiosa.

—Hola Amber, —saludó Ingrid— qué guapa.

El cumplido me pareció forzado, pero no podía asegurarlo, puesto que toda su actitud hacia mí era una farsa.

—Gracias —contesté seca.

Sonreí de forma tensa. No sabía cómo se comportaría al ver a Brent allí, aunque estaba claro que conocía la tradición de su cumpleaños. No sabía por qué mi ex se molestaba en celebrarlo con los compañeros solo por invitarme y que no pudiera rechazarle. Sabía que no tenía la más mínima oportunidad después de lo que pasó entre nosotros. Quizás tenía que demostrárselo de un modo más tajante. Estaba segura de que se me ocurriría algo que le alejaría para siempre.

—Brent —le saludó Ingrid sin acercarse a él—. Feliz cumpleaños.

—Oh, es verdad —soltó Denise de mala gana—. Felicidades… creo —añadió con desprecio.

No pude evitar tensarme cuando él las miró, desde su posición como anfitrión, y sin responder, se detuvo un instante más de lo necesario en Ingrid. Finalmente asintió con la cabeza. No tenía ni idea de cómo actuar ahora que sabía la verdad. Creía estar haciendo el mayor de los ridículos aunque todo pasara hacía años y deseé que se marcharan, sobre todo por Ingrid.

Denise arrugó el entrecejo y yo le propiné un codazo para que se comportara. Desde nuestro divorcio siempre le lanzaba puñales envenenados y aunque en mi interior me encantaba que lo hiciera, no me servía de nada, porque ahora era mi jefe. A mí me tocaba lidiar con él todos los días. Ella, para su consuelo, y el mío, no tenía que hacerlo.

—Te dejaremos con tu cena —declaró Denise de mala gana—. Llámame pronto. Si no nos vemos luego, ya nos pondremos al día, ¿vale?

—Claro que sí —murmuré aliviada.

Me dio un ligero apretón en la mano y me observó con una intensa mirada unos segundos más de lo normal. Sus ojos querían decirme algo que no llegué a comprender. ¿Acaso sabía lo que había pasado? De ser así, me resultaba incomprensible que siguiera quedando con Ingrid como si todo fuera tan normal, pero claro, la amistad de nuestro grupo se remontaba años atrás. Y tampoco deseaba interponerme entre ellas.

Nos despedimos y pude respirar con tranquilidad cuando se alejaron.

Tomé asiento y al cabo de un momento vino un camarero a tomar nota. Yo estaba distraída y fue Ethan quien me avisó de que tenía que pedir ya. Hasta entonces ni me había percatado de que estaba sentado a mi lado. Elegí pescado con verduras a la plancha, aunque no sabía si probaría bocado. Se me había cerrado el estómago y no era capaz ni de mirar a Brent. Ver sus ojos ahora mismo me resultaba la peor idea del mundo. El hecho de que no me contara la verdad en su momento, ya fue malo. Pero además, saber que una de mis mejores amigas estuvo liada con el que fuera mi marido mientras aún estábamos casados, se me antojaba repugnante. No era un sentimiento nuevo por él, pero aún así, el momento no pudo ser más incómodo.

—¿Te encuentras bien? —susurró Ethan.

—Sí, claro —respondí de forma mecánica.

Mi intento de sonreír para disimular no me salió bien y él lo notó. Ethan me observaba con preocupación.

—No lo parece —sentenció con voz firme.

—Lo siento, pero no puedo hablar de eso. No ahora.

—Tranquila, te lo preguntaba por si quieres que te acompañe fuera. Tienes mala cara —murmuró con voz dulce.

—Estoy bien —aseguré. Cuando me miró con esos profundos y tiernos ojos azules, parte de mi tensión se esfumó, aunque sentí deseos de llorar y desahogarme—. Gracias —dije en voz baja.

Ethan me lanzó una mirada penetrante, pero no dijo nada más y empezó a hablar sobre una clase de gimnasia particularmente divertida para aliviar la tensión. Se lo agradecí en el alma.



La cena transcurrió sin más percances. Cuando vi que Denise e Ingrid se marchaban con sus citas, y se despidieron desde la distancia con la mano, evitándome otro momento incómodo, les di las gracias en silencio.

Aunque mis compañeras se habían dado cuenta de lo ocurrido, prefirieron no hablar del tema. Sabían que ya tendríamos tiempo de discutir largo y tendido sobre todo lo que pasara durante esta noche. No deseaba contarles lo que ocurrió con Ingrid, claro. Era uno de los capítulos más humillantes de mi vida y prefería dejarlo enterrado bien hondo y olvidarlo, por difícil que resultara. El hecho de que todas mis amigas y mis compañeras de trabajo se conocieran bastante bien, porque salíamos juntas a menudo, me complicaba la situación. Querrían sonsacarme cada detalle, estaba segura, pero no podía permitir que sintieran lástima por mí. Bastante mal lo había pasado ya. Ser objeto de compasión era algo bochornoso.

Traté de no hacer caso de sus miradas interrogantes, pero resultó una ardua tarea.

Brent intentó abordarme a la salida del restaurante y me lo quité de encima rápido y sin rodeos. No me apetecía dirigirle la palabra. Su expresión dolida no era nada comparada con lo que me hacía sentir cada vez que le miraba o le tenía cerca. Sobre todo después de nuestra separación.

Era la primera vez que les veía juntos en el mismo sitio y no lo consideraría agradable de ningún modo. Ninguno sabía que yo era consciente de lo que hicieron, así que podía hacerme la ignorante. Justo lo que los dos pensaban que era, pensé, sintiendo rabia. Revivir la ruptura una y otra vez, no era mi ideal de rememorar el pasado, por lo que procuraba no pensar en ello. Sin embargo, el destino parecía querer decirme que no se puede huir de nuestros errores jamás.

La fiesta continuaría para los que lo desearan, así que quedamos en un local para seguir con la celebración.

Ya dentro de mi coche, me debatí entre la idea de irme a casa o quedarme para tomar una copa. Tenía ganas de pasar un rato con mis amigos, pero no de ver a Brent. Si por mí fuera, no permanecería con él ni un solo segundo más en mi vida. Pero por desgracia, debía resignarme a lo contrario. Qué pesadilla.

Habíamos acordado ir a una zona donde se encontraban los mejores garitos para rematar la noche. Empezamos por ir a uno en el que yo no había entrado nunca y al traspasar la puerta me di cuenta de cuál era la razón: la música alta y la concentración de adolescentes, hacían del lugar una visión de lo que fue mi propia pubertad. Aunque no había humo de cigarrillos, se podía percibir que la limpieza del local distaba mucho de lo que se consideraría mínimamente aceptable. No estaba a gusto allí y, por la expresión de mis compañeros, era algo que todos pensábamos, así que después de tomar una copa, cambiamos de ambiente. Decidimos ir al Concord y aunque deseaba encontrarme con las demás, también lo temía. Ser testigo de la tensión entre Ingrid y Brent me ponía de los nervios. Yo quería olvidar lo ocurrido, pero cuando estaban delante de mis narices, decir que la tarea era algo complicada, sin duda comportaba el eufemismo del siglo.

Al llegar, dejamos los abrigos en el guardarropa de la entrada y fuimos a un reservado. El pub tenía forma circular, donde la pista de baile en la zona central y ocupaba la mayor parte del amplio espacio. Alrededor, en una plataforma superior con dos escalones, se encontraban las zonas apartadas y divididas por finas paredes, pero quedaban abiertas a la pista. Daba cierta intimidad sin ser un lugar cerrado. A nuestra izquierda estaba la barra, iluminada por tenues luces que le otorgaban al lugar, un toque de sofisticación y modernismo que bañaba cada uno de sus rincones. En alguna ocasión llegué a comparar el local con un museo: las paredes estaban pintadas con gruesas rallas blancas y negras, adornadas con coloridas obras de arte. Los asientos eran de diferentes formas según los espacios, todos ellos ultra modernos. Las sillas de la barra siempre atraían la atención, puesto que eran de diseño y de un material blanco cromado, siempre me recordaban a las petunias que tenía mi madre en el jardín trasero. Solo que en este caso serían algo más redondeadas, pero de igual modo, no podía evitar la comparación.

Brent, tan espléndido como siempre, pidió tres botellas del mejor champán para comenzar. No era muy amante de la burbujeante bebida, pero no quería quedar como una ingrata. Me guardé mi opinión y brindé con los demás, Brent incluido, ocultando mis sentimientos lo mejor que pude.

Alguien nos interrumpió y me alegré de que fuera Denise.

—¿Vienes a bailar? —inquirió tendiéndome una mano.

—No me apetece mucho, la verdad —me quejé. Bailar no se me daba muy bien.

—Oh, venga —insistió muy seria—. Es bueno mover el esqueleto —sentenció con firmeza.

Me miró intencionadamente y reaccioné. Deseaba algo, por lo que claudiqué a mi pesar.

—De acuerdo —farfullé.

Me levanté e invité a mis compañeras a venir con nosotras. Emily y Bryanna se apuntaron encantadas, ajenas a la expresión de Denise. Algo deseaba hablar conmigo y el hecho de que no quisiera esperar a otro momento, me daba mala espina.

—Oye, ¿quién es ese bombón que estaba a tu lado? —preguntó cuando nos alejamos lo suficiente.

Miré en la misma dirección y me encontré con varios ojos que me miraban con mucha atención. Ignoré a Brent y miré a Ethan directamente. Sus ojos se fundieron con los míos, su intensidad me hizo temblar. Sentí un estremecimiento y me concentré en moverme al son de la música.

—Es el nuevo profesor de gimnasia, se llama Ethan Anderson —dije con una leve sonrisa.

—Te mira como si quisiera devorarte entera —declaró mi amiga con diversión.

—Me ha pedido salir varias veces, pero no sé… La última vez que me enredé con un compañero, ya sabes cómo terminó —dije con seriedad.

—Venga mujer, no todos van a ser como Brent —dijo Emily convencida. Estaba a nuestro lado y no pudo evitar intervenir.

—Hablas como Holly —la acusé con una sonrisa.

Puse los ojos en blanco y todas nos reímos.

—¿Qué estáis hablando de mí? —gritó una voz femenina a nuestro lado.

Nos volvimos y Holly estaba allí, más sexy que nunca con un mini vestido de color violeta y unos botines negros. Llevaba suelto su precioso cabello rubio liso por la cintura, y todas las miradas del local se centraron en la recién llegada. Alzó sus brazos y con su habitual energía eufórica, nos dimos un abrazo cariñoso de grupo.

—Cuánto tiempo Denise. Te echábamos de menos.

—¿En serio? Pues no habéis descolgado mucho el teléfono este mes —acusó, fingiendo estar enfadada.

—Serás perra… —dijo Holly con los brazos en jarras—. Nos dijiste que ibas a irte a Europa sin móvil porque necesitabas trabajar y lo único que sabíamos de ti era lo que nos contabas en tus e-mails —terminó casi sin aliento.

—Es verdad, lo siento. He estado muy ocupada —soltó entusiasmada e ignorando el calificativo de Holly—. He hecho unos reportajes increíbles sobre vestidos de novia. Los podréis ver en los números de la revista de estas próximas semanas.

—Eres una artista, estamos deseando verlos. ¿Verdad Amber? —dijo intencionadamente Holly.

—Claro que sí —hubo un silencio incómodo y miradas incrédulas por parte de mis amigas—. Por favor, después de más de tres años, está superado —aseguré una vez más—. Que sepáis que mi divorcio no me ha quitado las ganas de pasar por el altar en el futuro… quizás si encuentro a mi príncipe azul, me decida de nuevo —comenté pensativa—. Además, lo más importante es el matrimonio, no la boda perfecta.

Todas me miraron como si no creyeran lo que les decía. Sabían que todo aquello me había afectado mucho, pero no eran conscientes de que lo que de verdad me hundió, fue el hecho de haber cometido el error de elegir a Brent como mi compañero en la vida. Sin duda la peor decisión que pude tomar. Debí darme cuenta de que no estaba enamorada.

Fue solo la idea del hombre perfecto, la que me hizo dar un paso terrible y, por supuesto, que mi familia también pensara que era un buen partido para mí. La próxima vez haría caso a mi intuición y mi corazón antes que a unos ideales mal enfocados.

—Con respecto a tu divorcio —comenzó Denise con mala cara—, hay algo que me gustaría hablar contigo.

La animé a seguir, asintiendo con la cabeza de manera mecánica, aunque estaba segura de que lo que iba a contarme no me agradaría. Su cara lo decía a gritos. Se acercó y todas hicimos un corro.

—Hace un par de días, fui con Ingrid al centro comercial por la tarde. Allí nos encontramos a Brent y ella insistió en que tenía que ir a hablar con él —se detuvo y miró alrededor por si alguien inoportuno nos escuchaba. Brent seguía en la mesa con los profesores y nuestra amiga Ingrid bailaba con su cita a cierta distancia, sin percatarse de que hablábamos de ella—. Puso una expresión muy rara cuando le dije que la acompañaría, y se negó en redondo. Al final me insistió tanto, que fue sola.

—Todas sabemos lo cretino que es Brent—intervino Holly—. ¿Quién iba a querer enredarse con él, sabiendo cómo es?

Las demás, secundaron la moción asintiendo con la cabeza. Yo permanecí serena, o al menos lo intenté. Holly me miró, pero negué con la cabeza. No quería contar la verdad, no ahora.

—Ya. Pero lo que no entiendo es que luego fuera ella la que se mostrara tan esquiva y callada —susurró pensativa—. Cuando estaban hablando, Brent la miró como si hubiera algo entre ellos y cuando le sugerí a Ingrid que parecía que ella le gustaba, se tensó. Parecía sorprendida, como si les hubiera pillado infraganti o algo parecido. No supe qué pensar —dijo con preocupación—. Sin tener pruebas no quiero acusarla de nada, pero jamás se había comportado de esa manera con ese desgraciado. Además, no sé qué podía querer hablar con un imbécil como él, la verdad.

Después de sus comentarios, continuó mascullando insultos, cada cual más escandaloso. Le lanzó una mirada envenenada a distancia y todas nos lo quedamos mirando.

Oír aquello me dejó helada. ¿Acaso todavía tenían algo? Viendo ahora a Ingrid no parecía una mujer enamorada o con una relación estable. Bailaba muy pegada a su cita y Brent no se mostraba preocupado por nada. Le estaba viendo reír con los demás hombres de manera despreocupada y en ningún momento desvió la mirada hasta la pista de baile.

¿Sería todo una fachada?

Holly, que sabía la verdad, me miró de manera significativa. Ya me había dicho que lo mejor era contárselo a Denise y las demás, pero no me gustaría ser la causa de que entre ella e Ingrid, las cosas fueran mal. Bastante tenía con aguantar lo que yo ya sabía. No tenía ni idea de lo que la verdad podía llegar a causar en nuestro grupo de amigas.

—No sé lo que habrá entre ellos ahora —dije con cautela—. Pero de todos modos, ha pasado mucho tiempo. Si están saliendo o tienen una aventura, no es asunto mío.

—¿En serio? —me preguntaron mis amigas al mismo tiempo.

—Sí, en serio. No sé de qué os sorprendéis tanto —dije asombrada—. Yo no estoy enamorada de Brent y sinceramente, si se busca a otra, me dejará en paz. Es lo único que quiero de él —declaré con firmeza.

Me miraron sin estar muy convencidas.

Estaba segura de que aquello daría que hablar. Tenía que contarle a Denise lo que ocurrió de verdad, porque de un modo u otro, lo descubriría, y quería ser yo la que se lo explicara. A pesar de que no sería nada fácil.



Espero que lo hayáis disfrutado.

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