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domingo, 4 de diciembre de 2016

Elsa no sabe lo que quiere - Capítulo 1




Capítulo 1




Elsa no pudo evitar tamborilear los dedos en su mesa de trabajo mientras sus clientes miraban los folletos informativos del viaje de novios que pensaban contratar. Y no es que estuviera nerviosa, no mucho al menos. Lo que ocurría era solo que estaba deseando salir del trabajo para ver a su marido. Aún quedaban unas horas, pero tenía unas ganas locas de sorprenderlo esa noche.

Sintió un hormigueo en la parte baja del estómago al imaginar la cara que pondría él cuando llegara a casa por la noche.

No era una mujer de sorpresas, pero cada año, en su aniversario, preparaba algo especial. Estaban a 20 de abril, lunes; es decir, un rollo porque caía justo en el inicio de la semana, pero eso le daba igual. La agencia de viajes donde trabajaba cerraba a las ocho, de modo que tenía tiempo de sobra para llegar a casa, prepararse y también arreglarlo todo.

La pareja que estaba sentada en el otro lado de su mesa la miró de soslayo; ella dejó sus manos quietas y les dedicó una pequeña sonrisa como disculpa, aunque tampoco iba a ponerse de rodillas por mostrar su impaciencia. Lo último que necesitaban era que les metiera prisa, porque el viaje de novios era algo que se debía pensar con tranquilidad. Si bien Elsa no era tan indecisa, sino más bien algo impulsiva, sabía que otras personas lo eran mucho más que ella, y necesitaban su tiempo para tomar decisiones.

Se puso a recordar su luna de miel con Román; fueron a Estados Unidos, pasaron una semana entera en Barbados y durante las casi tres semanas restantes, se dedicaron a visitar los lugares más conocidos del país: la Estatua de la Libertad, El Empire State Building… y un millón de lugares más (no literalmente, claro). Se lo pasaron en grande, y lo mejor fue que disfrutaron el uno del otro. Estaban enamorados, así de simple. A los dos les hubiera dado igual haberse quedado en Granada, de donde eran, y donde vivían; lo único que les importaba era estar juntos. Divirtiéndose. Ese punto sí era importante. Imprescindible en realidad.

—Usted está casada —comentó la joven de mirada brillante, para atraer su atención. Había visto su alianza y no le preguntó lo que le parecía obvio—. ¿Nos recomienda algún lugar que tenga playa y sea muy romántico? —preguntó con una amplia sonrisa expectante.

—Claro, a ver… —comentó pensativa—. Si la playa es indispensable, os dejo algunos folletos más, y estos —dijo, retirando los que hacían publicidad de lugares de montaña— los guardamos.

Se quedó un rato pensando en eso de “romántico”. Desde luego ella no creía en el amor, aunque no negara en rotundo su existencia, y no porque su apellido fuera justo ese, Amor; sino porque realmente estaba enamorada de Román, estaba convencida. Sin embargo, el romanticismo ya era otro tema. Y ella no se consideraba en una experta en él. Flores, bombones y frases cursis eran todo lo que no soportaba en una relación.

Elsa y Román eran una pareja acomodada, práctica y no muy tradicional en el dormitorio. Así que, pensando en eso del lugar romántico para el viaje de sus soñadores clientes, le dirigió una rápida mirada socarrona a su jefa y amiga: Iris Guerrero, y un segundo después, les sonrió a los novios con dulzura, intentando ocultar sus pensamientos.

Iris, por su parte, carraspeó de manera intencionada y siguió a lo suyo, aunque Elsa sabía que en su interior, estaba riéndose de su situación. La conocía bien desde hacía años. Sabía que cada vez que alguien le preguntaba cuál era su secreto para estar felizmente casada, Elsa respondía que lo mejor era tener una sana y activa vida sexual que no cayera en la monotonía.

Lo que descolocaba a la mayoría de personas, para ella era una filosofía, y los que la conocían bien, sabían que lo decía en serio; era su forma de verlo, y no le importaba demasiado lo que los demás opinaran.

Cada uno era libre de vivir su vida como quisiera.

Era muy consciente de que, aunque se había casado por la iglesia y adoraba a su marido, hizo lo primero más bien por ambas familias, para no defraudarlas. Ellos se habrían escapado una mañana al juzgado, firmado los papeles, y listo; pero pensando en los padres, los suegros, tíos y amigos, al final decidieron ir por el camino que agradaría a todos. Su viaje de novios fue algo que planearon con mucha ilusión también, porque los dos tenían ganas de visitar todos esos lugares, y en realidad, en ningún momento pensaron que sería de lo más romántico, sino que lo pasarían bien y de paso, harían algo de turismo. Claro que del mismo modo, cada año viajaban para la fecha de su aniversario, pero unas vacaciones eran simplemente eso: unas vacaciones, un descanso de la rutina, del día a día. Eso sí era algo que no soportaban, las cosas repetitivas y aburridas.

Ellos por el contrario, adoraban las aventuras, y por qué no, también hacer algunas locuras.
Su luna de miel fue, sencillamente, algo para recordar siempre. Lo pasaron en grande y disfrutaron de un estupendo tiempo juntos y a solas, alejados de todos y de todo.

—Y bueno —prosiguió, dejando sus pensamientos a un lado—, la elección que hagáis puede ser igual de romántica. Lo importante es que estaréis juntos —añadió con una amplia sonrisa llena de convencimiento. Lo que mejor funcionaba—. No os equivocaréis decidáis lo que decidáis.

Con esa breve y sencilla explicación, Elsa salió del paso airosa. La pareja se miró a los ojos con cariño, se sonrojó, y continuó charlando acerca de los hoteles entre los que escogerían. Una enorme cama de matrimonio, grandes espejos, vistas al mar, enormes ventanales para dejar pasar la luz de la luna… Elsa desconectó a ratos, y en ocasiones les fue hablando brevemente de cada uno de ellos, les enseñó fotos en el ordenador, resolvió sus dudas, e hizo cantidad de anotaciones sobre el alojamiento, precios y otros detalles, en unas hojas que guardó en una pequeña carpeta para que se las llevaran y las ojearan tranquilamente en casa.

Al cabo de un rato se marcharon muy sonrientes, satisfechos con la información, y asegurando que volverían al cabo de una semana o dos, cuando hubieran tomado la decisión.

—Os esperamos. Buenas tardes —se despidió Elsa cuando alcanzaron la puerta.

Iris había salido un instante a por unos cafés y no tardó en regresar. Era su costumbre ir a la cafetería que estaba al lado y comprar algo para tomar a media tarde. Dos capuchinos y unas magdalenas con perlitas de chocolate. Si bien para cualquier mujer eso sería un consumo de calorías inaceptable, a ellas les daba igual. No porque no les importaran esas nimiedades, ni hablar, sino porque cuando salían del trabajo, siempre se quedaban en un gimnasio cercano para quemar el exceso de grasa, y para evitar que sus traseros quedaran con la forma de las sillas de la oficina. Trabajar todo el día sentada también tenía sus inconvenientes, pero nada que no tuviera solución, por supuesto.

Elsa le dio las gracias por el café y se acomodó en su silla mientras lo tomaba. Estaban solas, así que podían descansar y desconectar un rato. Iris se sentó en la mesa de Elsa mirando hacia ella, y cruzó las piernas dejando a la vista una buena porción de sus bonitas e interminables piernas. Su falda no era muy corta, pero sí tenía una pronunciada abertura a un lado. Si llegaba a inclinarse solo unos centímetros más, podría verse perfectamente la tela de su ropa interior.

A ninguna le importó aquel detalle. Elsa no se iba a escandalizar, y a Iris le gustaba que todo el mundo contemplara su exuberante cuerpo. No tenía complejos de ningún tipo, y la verdad es que no tenía porqué. Era como una modelo de Victoria Secret, solo que ella tenía el cuerpo más rellenito (y con el pecho operado para aumentar varias tallas), no era, ni mucho menos, tan esquelética como se veían algunas en televisión y en las revistas de moda. Su pelo dorado, sedoso, y ondulado, caía por su espalda hasta la cintura, tenía unos preciosos, grandes y sesgados ojos azul claro, y unos labios carnosos, diseñados para susurrar obscenidades a los hombres, y por qué no, también a las mujeres. Estaba orgullosa de ser bisexual, y Elsa, orgullosa de que no lo escondiera. Francamente, le molestaban las personas que se avergonzaban de su sexualidad, y creía que por ese motivo, cuando empezó a trabajar con Iris, le cayó bien al instante; era sincera, directa, extrovertida y simpática. No entendía cómo estaba soltera, porque además, su belleza exterior tampoco dejaba indiferente a nadie. La consideraba como una de sus mejores amigas, ya que siempre podría hablarle de todo sin tener que medir sus palabras. Para ella, era como un soplo de aire fresco, y algo que adoraba de su sincera amistad; podían ser ellas mismas, y contarse sus secretos más íntimos y personales, aquellos que resultarían escandalosos a personas con la mente cerrada.

Elsa tampoco era una mujer fea, para nada. Tenía el pelo castaño claro, aunque le gustaba ponerse reflejos rubios. Sus ojos eran de un azul claro muy bonito, y sus curvas eran algo más suaves que las de Iris, pero su constitución delgada también era firme, y no estaba a disgusto con su apariencia. Claro que tampoco hacía por verse despampanante. Le gustaba el maquillaje suave y las ropas sencillas, mientras que a su amiga le gustaban los pintalabios rojos y los vestidos y faldas un poco más provocativas. Sus gafas de pasta negra, además, le daban un aire de secretaria sexy que su jefa no poseía, aunque por otro lado, Elsa pensaba que ya era lo bastante sensual sin la necesidad de tener que llevar ningún otro complemento.

—Y dime, ¿qué has pensado para esta noche? —preguntó Iris con un tono socarrón y las cejas arqueadas.

Elsa suspiró sin dejar de sonreír abiertamente.

—Pues verás, es complicado poder hacer algo diferente cuando llevamos nueve años juntos y ocho de casados… Tengo imaginación, pero créeme, hasta a mí me cuesta —confesó más pensativa que molesta—. ¿Sabes que nunca he hecho un striptease para él?

—¿No? —inquirió Iris con diversión.

—Pues no —musitó ella—. Y no sé porqué. Seguro que le gustará —dijo convencida.

—Estoy segura —convino Iris con una sonrisa.

Las dos sonrieron con picardía.

—En fin, me he comprado un conjunto de ropa interior que le va a dejar babeando… —dijo antes de tomar un sorbo de su café.

—¿Está hecho de perritos calientes? —inquirió esta, echándose a reír.

Elsa hizo lo mismo, y agradeció haber dejado el vaso en la mesa antes de oír eso, de lo contrario, lo habría tirado o escupido por el ataque de risa que le dio. Desde luego, meditó, sería todo un espectáculo, y siendo la comida basura favorita de Román, la devoraría en un abrir y cerrar de ojos, lo que no dejaba de ser una brillante y tentadora idea, pensó.

Cuando pudo volver a respirar, después del arranque de risa, Elsa respiró hondo.

—No es mala idea, así que me la apunto —dijo guiñando un ojo—. Pero para esta ocasión he comprado un conjunto muy sensual de estampado de leopardo con encaje negro. Sé que es su favorito, aunque no pueda entender el motivo —añadió con exasperación.

—A mí sí que me gusta, ya lo sabes —repuso.

—Sí, pero es que no consigo hacer que me guste tanto como a él, o a ti —añadió con un resoplido—. Quizás deberías haber venido a comprar conmigo. Siempre me ayudas a escoger unos buenos modelitos —dijo alabando su gusto en lencería.

—Tendrías que haberme avisado para ir al centro comercial, porque quiero ir un día de estos —meditó esta con la mente en otra parte.

—Podemos ir la semana que viene, aunque solo hace un mes que estuvimos de tiendas y surtimos bastante bien nuestros armarios —murmuró Elsa sin dejar de mirarla—. ¿Es que acaso…? —dejó la frase a medias al comprender su repentino deseo de ir a su tienda favorita de ropa provocadora—. Quieres ponerte sexy para ese novio tuyo tan misterioso —afirmó entonces con tono socarrón.

—Mmm… sí, algo así —confirmó Iris vacilante.

Elsa nunca la había visto de aquel modo. No exactamente insegura, porque ella no era así, pero sí se le parecía bastante, y lamentó que tuviera problemas con aquel ligue suyo. Era extraño que un tío la trastocara de aquella manera. Cuando sacaba el tema, se la veía más nerviosa de lo normal, y eso la inquietaba.

—¿Qué ocurre? —inquirió seria y preocupada.

Iris hizo un gesto para restar importancia, pero Elsa pudo percibir un atisbo de… ¿miedo, tal vez? No supo distinguir aquel sentimiento que nubló la expresión de su amiga por un breve instante, y enseguida su preocupación se tornó en algo distinto, en un instinto de protección hacia ella. Era buena persona, jamás había hecho daño a nadie, y no merecía que se lo hicieran. Tenía que aclarar aquello como fuera.

—Oye —empezó, colocando una mano sobre su falda—, puedes confiar en mí, ya lo sabes. ¿Qué ha pasado? —exigió con un atisbo de impaciencia.

Iris se aclaró la garganta y compuso una sonrisa que Elsa no pudo apreciar como auténtica. Vaya, aquello sí que era una sorpresa. Algo iba muy mal, y solo deseó poder ayudarla. O que se dejara ayudar. Había suficiente confianza entre las dos como para que su amiga se abriera a ella, y no entendía el motivo de esa reacción. ¿Por qué no quería contárselo?

Tampoco es que se ocultaran muchos secretos, y por esa razón, Elsa creyó que era algo importante.

—Yo, es que… verás —balbuceó con el rostro más serio que antes—, él está viéndose con otra y… no sé qué hacer. Es bastante complicada su situación; y también la mía.

Trató de meditar a fondo sobre sus palabras, ya que le estaba costando sonsacarle las cosas, y solo se le ocurrió algo que no hubiera esperado de ella: Iris estaba enamorada de aquel hombre. Que estuviera casado no era posible, de lo contrario, no habría dicho que él se estaba viendo con otra, sino que estaba con otra. Tenía que ser que sus sentimientos fueran más profundos de lo que habría deseado. Seguro. Casi no lo podía creer, sin embargo, su forma de hablar, su mirada y su momentánea rigidez, le dio a entender que estaba en lo cierto. Procuró decir algo que la confortara, pero no sabía muy bien el qué. Su amiga no era de las que se enamoraban. Nunca lo había hecho, según le contó. Ella sí que odiaba todo lo relacionado con el romanticismo y el compromiso. Era una mujer de aventuras sin ataduras de ningún tipo, le gustaba jugar y solo eso. Al menos hasta ahora.

—Eh, seguro que tú le gustas mucho más. ¿Cómo puede ser de otro modo? —formuló la pregunta sin esperar respuesta alguna y sonrió para infundirle ánimos, pero logró todo lo contrario.

Su amiga frunció el ceño, su rostro se descompuso, y sus ojos tenían todo el aspecto de querer derramar una buena cantidad de lágrimas en cualquier momento. Otra sorpresa inesperada. Iris no lloraba por nada.

Elsa estaba más preocupada por momentos y se sintió mal por mencionar el tema, aunque la verdad era que nunca conseguía sacar nada en claro cuando surgía la conversación. Nada de aquello era normal. Se entristeció solo con pensar en su situación. Tenía que ser horrible, aunque tampoco sabía cómo se encontraría esa otra mujer desconocida. Qué difícil. Menudo dilema debía tener Iris, pensó. Empezaba a comprender cómo debía sentirse, aunque Elsa jamás había estado en una posición similar. Román y ella tenían una sincera relación intensa, arrolladora y apasionada, donde solo tenían cabida sus más ardientes fantasías, pero juntos eran como una roca irrompible. Él nunca le sería infiel. Nunca se enamoraría de otra. Estaba segura.

Se levantó y le dio un abrazo, ignorando por completo el café que Iris tenía en la mano y que quedó aplastado entre los pechos de las dos. Por suerte no se derramó.

Pasó una mano por su espalda para tranquilizarla, porque se la veía en completa tensión desde que empezaron a hablar de ello. Ahora lamentaba haberlo aludido. Pero claro, no podía retroceder en el tiempo.

—Tranquila, cariño. Estoy segura de que su corazón es tuyo, y de ninguna otra —susurró con ternura.

Iris se puso aún más tensa si eso era posible, pero Elsa no hizo ningún otro comentario, puesto que parecía que no hacía sino empeorarlo por momentos. Estaba convencida de que tarde o temprano, le contaría los pormenores de su relación con ese hombre. Aún no comprendía por qué no había confiado en ella lo suficiente como para compartirlo, y aunque le dolía que no le hablara sobre ello, también podía entenderla.

Quiso romper el momento de malestar que había causado entre las dos y cuando se separaron, le sonrió con picardía.

—¿Es bueno en la cama, por lo menos? —inquirió interesada, arqueando las cejas.

Esta soltó una risa ahogada y sonrió también, algo más animada que antes. Parecía que parte de esa horrible tensión que llevaba a la espalda, se esfumó en pocos segundos.

—Es un dios del sexo, te lo aseguro —dijo en voz baja, con una nota avergonzada en su voz.

Elsa la observó mientras esta terminaba el café sin mirarla. No había dicho aquello como solía hacerlo: con gran dramatismo, y dándole énfasis a su confesión, sino casi como si el hecho de que su amante fuera un verdadero portento entre las sábanas, la hiciera sentir culpable. Pero, ¿culpable por qué? Tal vez porque él estaba con aquella otra mujer al mismo tiempo…

Bueno, estaba claro que no entendía nada de esa difícil situación, y a menos que Iris le contara los detalles, prefería no pesar mucho en todo eso.

De todos modos, estaba segura de que al final se arreglaría. Tenía que ser así. Su jefa y amiga se merecía tener algo bonito y duradero. Como lo que ella tenía con Román.


Aunque consideraba el amor como algo demasiado abstracto, más una ilusión que algo tangible, sabía que lo suyo con su marido era real, inquebrantable. Estaban de maravilla juntos, así de simple. Amistad, deseo y respeto eran fuerzas poderosas, y su relación estaba sujeta con esos fundamentales pilares, la mejor combinación posible.

No pudo evitar soltar un largo suspiro de añoranza. Estaba deseando verle, tocarle, sentirle, fundirse con él. Pero no era el mejor sitio para que su imaginación volara tan lejos o todo el mundo sabría en qué estaba pensando, su rubor la delataría, así que aterrizó en la tierra muy a su pesar.

Mientras acababa su café y ordenaba su mesa, Iris hizo lo mismo. Se puso a llamar por teléfono a algunos clientes y a varios hoteles. Tenían que volver al trabajo.

Elsa, por otro lado, no podía dejar de pensar en la cara que pondría su marido cuando hiciera de aquella pequeña fantasía, una realidad. Repasó mentalmente los detalles de todo lo que quería preparar en casa, y con una perversa sonrisa de satisfacción al imaginarse el resultado, se le pasó más rápidamente el resto de la tarde.

Solo entraron un par de hombres para coger algunos folletos para unos viajes y se marcharon enseguida, de modo que pudo dejar vagar su mente durante aquel rato antes de terminar la jornada de trabajo.

Cuando cerraron y se despidió de Iris, solo podía pensar en una cosa: lo bien que lo iban a pasar esa noche Román y ella.

Todo su cuerpo se agitó de anticipación. 



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