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domingo, 5 de febrero de 2017

Mis besos para ti - Capítulo 1


Podéis ver el book tráiler aquí.

Capítulo 1


  
Hacía algo más de cinco meses que Luna García y Adrián Hidalgo habían dado un paso importante en sus vidas. Abrir sus corazones, sus emociones, no resultó fácil para ninguno de los dos, pero reconocer sus sentimientos había permitido que al fin encontraran a esa persona que les hacía felices, que les completaba.

Luna continuaba con su trabajo en la agencia inmobiliaria de Granada, con su compañera y mejor amiga, Tania Sánchez. Ella también había encontrado a un buen hombre con el que poder ser ella misma, sobre todo, después de algunos fracasos amorosos. Rubén Aranda era un buen amigo de Adrián, y vivía en Almuñécar al igual que este; gerente de un restaurante de la zona, también era un apasionado de la cocina, y hacía muy feliz a Tania, lo que era muy importante para Luna.

Ahora que ambas tenían una relación a distancia, estaban más unidas que nunca. Eran las mejores amigas del mundo, pero desde aquel viaje de dos semanas que cambiaría sus vidas para siempre, vieron que su amistad era tan fundamental como respirar, y no algo que simplemente estaba allí. Se necesitaban mucho, era así de sencillo.

Cuando Luna llegó a casa ese día, lo primero que pensó era que faltaba un día para volver a ver a Adrián. Por desgracia, la semana anterior no pudo ir a Almuñécar porque él le explicó lo complicado que tenía el esos días al celebrarse una boda en el hotel, de modo que pensó que para estar sola casi tres días, mejor se quedaba descansando en casa con su abuela, con la que pasaba poco tiempo últimamente. Esto la entristecía, porque notaba lo mayor que estaba, y se reprochaba a sí misma lo egoísta que estaba siendo por querer tener los fines de semana solo para ella. Y para su chico, claro estaba.

Tania —que estaba de su parte—, y aunque la comprendía muy bien en ese aspecto, le decía una y otra vez, que ya era hora de vivir, de ser feliz, de pensar un poco en ella. No le faltaba razón, sin embargo, también pensaba que debía ser mejor nieta y hacer compañía a su abuela Aurora algún fin de semana.

Lo era todo para ella, su único familiar, la persona que la había cuidado siempre; su todo.

Con ese pensamiento rondándola a cada momento, quedó con Adrián unos meses antes, en que se turnarían los fines de semana, de modo que ella bajaba a la playa un viernes, y al siguiente lo harían a la inversa. Ese era un plan que les beneficiaba a ambos, y de momento funcionaba, exceptuando cuando uno de los dos tenía algún compromiso y no podían verse. Si además, por circunstancias puntuales, estaban casi tres semanas sin estar juntos, era una situación insoportable. Era una razón por la que estaba algo ansiosa por estar junto a él de nuevo.

Hacía bastante tiempo que Luna no se sentía así, tan unida a alguien, de modo que su corazón sufría un vuelco cuando la distancia se le antojaba demasiado grande. No podía evitarlo, tenía miedo. Y no porque no confiara en Adrián, que sí lo hacía; pero no deseaba repetir lo que le ocurrió con Hugo, ya que su relación fue “estupenda”, hasta el día en que murió; después de eso, pudo darse cuenta de que no fue tan buena como parecía. Aquello fue un fracaso, y aunque al principio Luna no pudo darse cuenta porque su cabeza estaba nublada por sus sentimientos, sentía verdadero terror de volver a sufrir lo mismo ahora.

Se preguntaba si se estaba engañando a sí misma, si estaba idealizando a Adrián, ya que un mujeriego no podía dejar de serlo de repente… ¿O sí? ¿Realmente había cambiado por ella?

Muchas dudas la asaltaban cuando estaban separados, puesto que no podían estar hablando todo el día; los dos tenían sus trabajos, sus vidas… por separado. Ese era el verdadero problema: lo lejos que estaban el uno del otro.

Oír su voz era algo que la consolaba cuando no podía verle, pero estar al teléfono las veinticuatro horas no era una opción viable.



Esa noche, Luna estaba algo más impaciente de lo normal. Tumbada en la cama, miraba el móvil como si con aquel gesto pudiera hacerlo sonar, o invocar a Adrián para que marcara su número y llamara. Era muy consciente de que debía parecer patética, pero no podía evitarlo, moría por oír su voz; su dulce, ronca y seductora voz.

Cuando el teléfono al fin cobró vida, el corazón de Luna palpitó con fuerza, un poquito más vivo que segundos antes, y es que cuando veía el nombre de su amado en aquella pequeña pantalla, su felicidad alcanzaba altos niveles.

Descolgó con una sonrisa en sus labios.

—Estaba deseando oírte —respondió.

—Vaya —dijo él con diversión—, sabes muy bien qué es lo que le gusta escuchar a un hombre.
Luna se rió.

—Sé muy bien lo que te gusta escuchar, sí —convino juguetona—. Estoy deseando demostrártelo en persona.

—Bueno, después de lo que acabas de decir… no sé si puedo esperar a mañana —replicó él con tono seductor—. ¿Crees que puedo tener un pequeño avance? —coqueteó.

Luna tragó saliva con dificultad. Le encantaba ese juego y él lo sabía. Como durante la semana no podían estar juntos, a menudo hacían travesuras por teléfono. Si bien no era el mejor, ni más placentero modo de tener sexo con un hombre, a ella le encantaba saber que incluso desde allí, era capaz de hacerle explotar de placer, con solo su voz y con una buena dosis de imaginación.

—Así que también tienes ganas de ser malo… —le provocó en voz baja.

—Definitivamente… muy malo —sentenció con gravedad.

—¿Dónde estás ahora mismo? —preguntó ella en voz baja, sintiendo la excitación del momento.

—Estoy entrando en mi dormitorio —anunció seductor.

—Mmm… ojalá estuviera allí contigo.

—Lo mismo digo, nena —convino él, sin ocultar la añoranza que sentía.

Luna se aclaró la garganta para evitar sentirse desesperada por no tenerle cerca y no poder tocarle. Se tumbó con la cabeza hacia el lado contrario a la almohada y colocó los pies en la pared. No sabía por qué, pero aquella posición la relajaba. Cuando estaba hablando con Adrián no se sentía especialmente serena, sobre todo cuando le decía obscenidades al oído, pero le gustaba. Y desde luego, era cómodo para hablar por teléfono durante horas, y así no extenuar sus brazos. Ante todo debía tener en cuenta el lado práctico, se dijo.

—¿Por dónde quieres empezar? —provocó Luna.

Adrián soltó un resoplido que la hizo reír.

—No te rías, estoy tan caliente que creo que voy a explotar —dijo él entre dientes.

—Bien… quiero que te desnudes por completo —pidió con voz sugerente.

Luna oyó el ruido de las prendas al caer en alguna parte del suelo, dedujo.

—Hecho —soltó Adrián al cabo de solo unos pocos segundos.

—Qué rapidez —bromeó ella.

—Cuando llegues mañana, ya me dirás si voy rápido… te voy a destrozar viva —susurró—. Entonces me dirás si tenía ganas de verte, de tocarte, de tenerte desnuda para mí, o no —replicó él, al límite de su resistencia.

—Acaríciate para mí. Despacio —añadió con picardía.

Sabía que él haría lo que le pidiera, y eso la encendía aún más. Era una de las cosas más excitantes que había hecho jamás.

—Luna —pronunció en voz baja, cargada de deseo—. Haz lo mismo que yo, por favor —rogó.

—Por supuesto. Tus deseos son órdenes para mí —dijo ella con sorna.

—¿Qué llevas puesto? —inquirió él con cierta urgencia.

—Un vestido y… unas medias con encaje.

Luna oyó un gruñido al otro lado de la línea y se imaginó la escena que estaba teniendo lugar en esa cama tan extraordinaria que tenía Adrián en su dormitorio. Los postes de madera tenían una muy buena utilidad para según qué actividades; y como había podido comprobar por sí misma, todas muy pervertidas. Su chico tenía una lujuriosa imaginación desbordante para hacerla gozar.

—Sube el vestido hasta tu cintura, abre un poco las piernas y desliza tu mano desde el encaje de las medias hasta arriba… y tócate para mí —añadió con total descaro.

—¿Quieres que me corra para ti? —ronroneó ella.

—Oh, sí que quiero —aseguró con una mezcla de deseo, anhelo y desesperación.

—Yo también —musitó Luna.

Hizo lo que le pidió, cerrando los ojos y disfrutando del momento, a pesar de que ambos sabían que esa fantasía no podría superar a la realidad, ni mucho menos.

—Dime qué estás sintiendo ahora —rogó él, con la voz quebrada.

—Yo…

Unos golpes en la puerta interrumpieron a Luna de un modo muy brusco e inoportuno. Quiso gritar de frustración, ya que no era la primera vez que se ponía a cien de este modo, solo para ser sacada de la fantasía en un segundo.

Oyó a su abuela decir algo a través de la puerta, pero antes de abrir, se levantó de la cama, se arregló su vestido y habló de forma atropellada.

—Lo siento, parece que mi abuela tiene insomnio de nuevo. Tendremos que dejarlo para más tarde, si no estás muy cansado —dijo con molestia, y sintiéndose mal, a su vez, por estar enfadada.

—Tranquila, luego me llamas y continuamos por donde lo hemos dejado —propuso—. Además, mañana te veo, así que podré disfrutar mucho más de ese momento, ¿no crees?

—Eso es verdad —aceptó feliz.

—Bien, pues espero tu llamada en un rato. Dale recuerdos a Aurora.

—Se los daré —le aseguró—. Te quiero.

—Y yo a ti, preciosa —afirmó con contundencia.

Luna colgó el teléfono con una sonrisa en sus labios. Se puso una bata de algodón y abrió la puerta.

—¿Estabas hablando por teléfono con ese novio tuyo tan guapo? —preguntó su abuela con una gran sonrisa.

—Sí, y te manda saludos.

—Oh, qué bien. Es un chico muy simpático —dijo mientras caminaba hacia el salón—. Espero que venga pronto a hacerte una visita. No me gusta que estés todos los fines de semana con el coche de un lado a otro.

—Abuela, ya sabes que él viene a Granada los fines de semana alternos, cuando yo no voy a verle. ¿O ya lo has olvidado?

—Sí, sí, es cierto —asintió con la cabeza. Se sentó en el sofá y puso la televisión.

Luna no tenía claro qué quería cuando fue a su habitación y le preocupó que hubiera hecho algo en la cocina. Últimamente estaba algo torpe. Se agachó a su lado junto a sus rodillas y la observó sin decir nada. Al cabo de un rato, su abuela la miró con ternura.

—Cielo, ¿me traes algo de sopa? —pidió—. Tengo hambre, pero no sé dónde dejaste las sobras de la comida de hoy.

Eran las once de la noche, y no era muy frecuente que se pusiera a comer nada a esas horas, pero como no quería llevarle la contraria, fue hasta la cocina y llenó un cuenco con la sopa de pollo que preparó al medio día.

Se sentó junto a ella mientras cenaba y veía un aburrido programa de televisión, y se acabó quedando dormida al instante. Estaba agotada después de un día de visitas interminables en el trabajo, de modo que su llamada con sexo telefónico incluido, quedó en el aire, pendiente para otra ocasión.

Al día siguiente se iban a ver, así que tampoco importaba mucho; era mucho mejor en persona, dónde iba a ir a parar…



Luna estaba tan alterada, que llevaba más de quince minutos respirando hondo para no desmayarse.

Adrián estaba en una reunión importante, y no le quedaba más remedio que esperar junto a su despacho. Era una verdadera tortura saber que estaba tan cerca y no poder entrar allí y besarle como tanto quería.

Se dedicó a escribirle a Tania para superar la ansiedad que la recorría. Estaba a punto de cerrar la agencia para coger el coche y hacer lo mismo que ella, ir a Almuñécar a ver a Rubén. Su hombre también estaba deseando verla después de unos días.

Las dos tenían suerte.

Al cabo de un rato, Tania le dejó un mensaje bastante críptico sobre unas nuevas noticias que le iba a dar Rubén esa noche, pero no pudo preguntarle nada más porque esta iba a coger el coche para ponerse en camino hacia la costa. Tendría que esperar para saber a qué se refería su amiga.

No tardó demasiado tiempo en abrirse la puerta del despacho de Adrián. El primero en salir fue su padre, Manuel Hidalgo. Nada más verla, se acercó a saludarla como hacía siempre, con un largo abrazo de oso. Aún recordaba aquel primer incómodo encuentro en la puerta del ascensor, pero por suerte, no fue un detonante para su relación. La verdad era que se adoraban. Manuel estaba encantado de ver que su hijo había sentado cabeza con una mujer tan guapa, y ella creía que era el mejor suegro que se podía tener. Su nueva esposa, Lorena, también era muy simpática, y aunque no era la madre de Adrián, se portaba como si lo fuera. Llevaban casados siete años y eran como una familia cualquiera. Como su madre hacía su vida en Barcelona, aunque él tenía buena relación con ella, lo cierto era que hacía tiempo que no se veían.

Los dos se conformaban con saber que el otro llevaba una vida feliz. A pesar de la distancia, eso era lo que importaba en realidad.

—Me encanta verte por aquí. Ojalá te viera más a menudo —bromeó Manuel sonriendo a Luna.

Esta se sonrojó. Llevaba saliendo con su hijo apenas unos pocos meses, por lo que su sugerencia era algo prematura. Y no es que no se lo planteara, porque la distancia era un asco, pero era demasiado pronto para plantearse cambios drásticos. O eso creía.

—Vengo tan a menudo como puedo, ya sabes —dijo algo cohibida.

Manuel le preguntó por su abuela, por el trabajo, y después de presentarle a dos hombres trajeados que pertenecían a la dirección de la cadena de hoteles que dirigía el suyo, se despidió con un beso en la mejilla.

—Mañana os esperamos para cenar —dijo en voz alta antes de desaparecer por el pasillo.

—Allí estaremos.

Luna se despidió con la mano y se giró para entrar en el despacho, pero Adrián estaba apoyado contra el marco de la puerta con expresión seria. Sabía muy bien que su pose, aparentemente relajada, no lo era tanto. Miró hacia sus ojos y le encantó lo que vio allí. Hizo lo que pudo para controlarse, pero cuando le veía, solo sentía ganas de desnudarse y dejarse llevar; era algo que superaba a su autocontrol. Después de un par de semanas sin verse, aunque hablaban a menudo por teléfono, nada podía superar a lo que sentían cuando se tenían de frente.

Adrián le tendió una mano y Luna se movió despacio, como arrastrada por una fuerza poderosa que vencía el espacio que los separaba.

No la besó, solo la abrazó con fuerza, con una necesidad que le devoraba las entrañas cuando la tenía lejos mucho tiempo y al fin la podía sentir a su lado. Jamás había experimentado algo similar con ninguna otra mujer, y a pesar de ser desgarrador y poco apropiado cuando esos pensamientos le asaltaban en el trabajo, no podía controlarlo.

—Por fin estás aquí —murmuró contra su oído con la voz ronca por el deseo—. No sé ni cómo puedo tener reuniones cuando solo puedo pensar en ti.

Luna se echó hacia atrás para poder mirarle a los ojos; esos profundos y azules ojos que la tenían hechizada por completo.

—Yo tampoco sé cómo puedo trabajar, porque cada vez que las imágenes me vienen a la cabeza…

Adrián soltó un jadeo entrecortado al escuchar su insinuación. Le dio un rápido beso en los labios y la cogió de la mano.

—No podemos hacer esto aquí. Quiero hacerte gritar, así que mejor será que vayamos a un sitio más privado y con las paredes insonorizadas —dijo en voz baja mientras recorrían el pasillo a toda prisa.

—¿Me llevas a tu casa, ahora? —inquirió ella sin saber si podría esperar un segundo más.

Su deseo era tan fuerte que apenas se tenía en pie.

—Tengo un plan mejor —aseguró con voz ronca, lanzándole una oscura mirada mientras la arrastraba, literalmente, por el pasillo—. Solo nos llevará un par de minutos.

Le enseñó una llave en la que colgaba un pequeño cartel con las palabras: Suite privada.

Eran unas habitaciones preciosas que reservaban para él exclusivamente. No era la suite más grande del hotel, porque esa otra era de su padre, y Adrián prefería la suya. La había decorado especialmente para él, y como ninguna mujer que no fuera Luna había estado allí antes, era como su rinconcito privado.

—Un plan perfecto —sentenció ella.

Luna le sonrió con nerviosismo. Apenas podía contenerse, y cuando subieron al ascensor, ambos tuvieron que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no arrancarse la ropa allí mismo el uno al otro.

Cuando traspasaron esas puertas y llegaron a las habitaciones, cerraron la puerta con el cartel de “No molesten” colgado desde fuera.

Por fin estaban solos.

Sus labios se encontraron con un hambre voraz en la penumbra del pasillo. Las manos de Adrián, tiernas y pacientes al principio, empezaron a acariciar todo su cuerpo mientras se deshacía de las prendas de ella. Fueron dejando un rastro de ropa hasta la habitación principal.

Sin dejar de besarla, Adrián la depositó en la cama con suavidad y se abalanzó sobre ella en un segundo.

Le encantaba oírla gemir de placer; esos ruidos tan sexys que emitía cuando estaba a cien, le ponían también como una moto. Toda ella le encendía en cuestión de segundos, incluso en las situaciones menos candentes. A veces con solo una mirada de esos ojos marrones tan expresivos, sentía que iba a explotar de necesidad.

Sentía que no podía postergarlo más, apenas era capaz de contenerse, tenía que devorarla, y tenía que ser ya o le daría un ataque al corazón.

Levantó sus piernas para colocarse entre ellas y mientras besaba su cuello e iba bajando, su mano se deslizó entre sus muslos. Jugueteó con lentitud entre sus húmedos pliegues unos minutos hasta que no pudo más. Con una mano, masajeó uno de sus pechos a la vez que pasaba su lengua por el montículo de sus pezones, haciendo que se elevaran, como ocurría con su propio deseo. Repitió la operación con el otro pecho y notó cómo Luna contoneaba su pelvis para crear más fricción con la mano que jugueteaba con su íntimo centro.

Luna le sujetó la cabeza con las dos manos y le obligó a mirarla a los ojos. Sus mejillas estaban enrojecidas y su respiración era superficial y errática.

—Te quiero dentro ya, no puedo esperar más —dijo con resuello.

—No te haré esperar más —le aseguró él.

Sujetó su miembro y lo colocó en posición, cuando sus sexos entraron en contacto, ambos contuvieron la respiración unos breves instantes.

Adrián la penetró de una estocada hasta el fondo. Luna gritó de placer a la vez que se abrazaba a él con fuerza, clamando más, en silencio. Solo se oía el roce de sus cuerpos, los gemidos y jadeos que escapaban sin control de sus gargantas.

La poca luz de la calle que se filtraba por las ventanas hacía que apenas pudieran ver el perfil del otro, pero no necesitaban una buena iluminación para intuir lo que querían, lo que deseaban a continuación.

Tiró de ella para colocarla encima y no tardaron en encontrar el ritmo perfecto para disfrutar al máximo. Cuando Luna sintió que iba a alcanzar el clímax, buscó la boca de Adrián y le tentó con su lengua. Aumentó el movimiento rítmico de su pelvis y sintió que explotaría en ese preciso momento. Notaba cómo su corazón bombeaba con fuerza en su pecho cuando rozó el paraíso con sus dedos.

El cuerpo de Adrián se tensó bajo el suyo y su orgasmo llegó casi a la vez, haciéndola sentir tremendamente satisfecha mientras las oleadas de placer recorrían todas sus terminaciones nerviosas.

Sus besos se volvieron perezosos, tiernos, y su abrazo, cariñoso.

—No sabes lo mucho que te he echado de menos —musitó él contra sus labios.

—Me hago una idea bastante buena —bromeó ella.

Adrián tiró de ella para que se colocara a su lado y la envolvió con sus fuertes brazos.

—Prometo hacerte disfrutar más en el segundo y tercer asalto —dijo él muy serio.

Luna levantó la cabeza para observarle.

—No pensarás que soy de esas que fingen los orgasmos, ¿no?

—¿Qué? ¡No! —dijo con rapidez—. Es que cuando nos vemos los viernes, suelo tirarme a por ti como si fuera un salvaje, un cavernícola que no puede controlar sus impulsos. Y la verdad… eso se acerca bastante a la realidad cuando te tengo cerca…

Se le veía tan pensativo, que Luna no pudo evitar reírse.

—Eh, que lo digo en serio —protestó él con una media sonrisa—. Pero quiero que veas que también puedo tomarme las cosas con calma para que disfrutes de cada segundo.

Se levantó como un resorte y, antes de entrar en el cuarto de baño, le lanzó una hambrienta mirada que recorrió todo su cuerpo desnudo. Luna se sintió ligeramente avergonzada, pero a la vez, halagada y deseada. Siempre era así cuando se trataba de él.

Se tapó con las sábanas para evitar el fresco otoñal más que por pudor, y esperó a que Adrián saliera. Cuando hizo su aparición, todo desnudo, con su increíble cuerpo de adonis musculoso, bronceado, y con el pelo revuelto, se le secó la garganta. Era tan guapo, que apenas era soportable.

Había encendido la lámpara de una de las mesillas y sus ojos le recorrieron con deseo.

—Cada vez que me miras así, acabas con el poco control que me queda —apuntó Adrián con voz ronca.

Cogió dos batas gruesas de color negro que había dejado en un sillón y le dio una a Luna.

—¿Quieres beber algo fresquito y burbujeante?

—¿Champán?

Adrián asintió sin dejar de sonreír.

—Y fresas.

—Vaya, tú sí que sabes lo que le gusta a una mujer —ronroneó ella mientras se ponía la bata y le acompañaba al salón contiguo.

—Puede ser —meditó él—, pero sólo me interesa conocer las cosas que te gustan a ti —aseguró con una determinante mirada oscurecida.

El corazón de Luna brincó de alegría dentro de su pecho. A pesar de las antiguas aficiones de Adrián de flirtear con todo lo que llevara faldas, en el trascurso de varios meses se había convertido en un hombre nuevo: nuevo trabajo, otras responsabilidades, y en resumen, un novio que solo tenía ojos para ella.

Solo esperaba que no volviera a cambiar. Confiaba en él, como también sabía que las personas son como son, a pesar de lo que se esfuercen por modificar su forma de actuar; cada uno saca a relucir su propia personalidad, de diferentes modos, pero siempre bajo la naturaleza que les caracteriza.

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