¡Feliz lunes!
¿Qué tal el fin de semana? ¿Habéis leído mucho?
[...]
Pasaron el sábado y el domingo intentando esquivar
el tema, haciendo como si nada, aunque sabían que la amenaza estaba al acecho,
como si en cualquier momento alguien fuera a aparecer de repente y a poner sus
vidas patas arriba. Era una pesadilla que ninguno se atrevía a exteriorizar.
¿Cómo hacerlo? Cada uno se preocupaba por el otro y
no querían que se convirtiera en un problema real. Pensaban que si dejaban de
pensar en ello, o lo intentaban al menos, se olvidaría y sería menos real.
Acabaría por pasar de largo, como los segundos, los minutos y las horas que
cada día quedaban atrás y eran irrecuperables sin remedio.
Cuando faltaba poco rato para despedirse, Luna se
encontraba desnuda, solo tapada por la sábana de la cama de Adrián, y echada
sobre su pecho. Hacía mucho que no se sentía tan relajada, parecía que el tema
de la fiesta, con todo lo que vino tras eso, había ocurrido en un período largo
de tiempo, cuando en realidad los peores momentos fueron esa última semana, con
la cercanía del acontecimiento y lo demás. Ahora todo había pasado, o casi
todo, pero ella se quedaba con el momento que estaban viviendo ahora.
Jamás había pensado que un hombre como él pudiera
resultar ser tan tierno, tan cariñoso y protector, tan responsable. Eran
cualidades que unidas a su atractivo y su carisma, daban como resultado a un
verdadero tesoro andante. Tenía mucha suerte.
—¿Qué piensas, cariño?
Luna disfrutó de su profunda y grave voz mientras
notaba cómo sus dedos le acariciaban el pelo con pasadas lentas, como si se tratara
de su piel.
—Pienso en que… adoro estos momentos.
Adrián había notado esa pequeña pausa y sonrió
aunque sabía que ella no podía verle la cara en ese momento.
—Para mí también ha sido el mejor momento de toda
la semana —confesó—. No te sientas mal por pensarlo. La fiesta era algo
importante, pero lo que cuenta es lo que hacemos cada día por nuestras
obligaciones, y no una simple fiesta aniversario.
Se incorporó para mirarle. No quería establecer un
silencio permanente sobre el asunto, debían tratarlo y afrontarlo. Si existía
un problema, lo arreglarían juntos.
—Solucionaremos esto, te lo prometo —dijo sin más.
Sobraban explicaciones.
—Lo sé —asintió él.
Luna pudo ver en sus ojos las dudas que sentía.
Ella también las compartía, pero ambos debían creer que las amenazas de una mujer
encolerizada no podrían hacer el daño que pretendían. No podía ser, así de
simple.
Se acercó a
sus labios y los saboreó a conciencia. Adrián se dejó hacer, disfrutando de
todo lo que ella le ofrecía, maravillándose de lo afortunado que se sentía por
tenerla a su lado. Era el hombre con más suerte del mundo. Ahora mismo, con
Luna entre sus brazos, se sentía el rey de universo entero.
¿Qué más podía pedir?
Tal vez que nada cambiara entre ellos, que siempre
estuvieran juntos y que pudieran vivir en paz, sin que nadie empañara esa
felicidad que sentían cuando estaban cerca el uno del otro.
—Quiero más —susurró Luna contra sus labios.
Profundizó el beso y este se volvió exigente,
ardiente, como lava líquida.
—Pues lo tendrás, nena —siseó él sin apenas poder
hablar.
Se puso a cien en cuestión de segundos cuando ella
dijo esas palabras. El poder que tenían sobre él era asombroso. Ninguna otra
mujer había conseguido nada igual.
Tiró de la sábana para poder verla bien y giró para
que quedara tumbada en la cama. Estaba preciosa con su rostro enrojecido por la
pasión, su pelo algo revuelto y los labios hinchados por sus besos.
—Eres la cosa más bonita que he visto jamás
—murmuró sin dejar de mirarla, memorizando cada curva, cada recoveco, cada
porción de su piel. Y esos hermosos ojos castaños que le miraban con adoración.
—Y tú eres el mejor hombre que una chica pueda
soñar jamás.
Una solitaria lágrima se derramó y acabó mojando la
sábana. Adrián limpió el rastro salado con un dedo y acarició su mejilla.
—No te muevas —musitó.
Se incorporó y Luna se rió. Vaya momento para ir a
hacer algo fuera de la cama, pensó.
Se quedó quieta mientras observaba con el rabillo
del ojo que había ido en busca de su teléfono móvil.
—¿Vas a hacer una llamada, ahora? —inquirió
confusa.
—Nooo boba, quiero sacarte una foto —dijo mientras
tecleaba en la pantalla.
—¿Qué? Ya sabes que no me gustan las fotos en
pelotas. No quiero que mis tetas queden inmortalizadas en la memoria de un
teléfono que… podría perderse —añadió.
Se tapó los pechos con las manos como pudo.
La última vez que Adrián perdió el teléfono, la pirada
de su secretaria se lanzó a sus brazos después de mandarle un mensaje a Luna.
Quería que los viera en una posición incómoda, y claro, les vio. Por suerte
para ella, al menos visto desde un lado práctico, Adrián fue también la víctima
de sus maquinaciones y no un hombre dispuesto a disfrutar de aquella confusión,
y al final aquella trabajadora fue despedida. Las relaciones en el trabajo
estaban prohibidas en el hotel, y él estaba de acuerdo en que era una política
muy acertada. Además, jamás se le ocurriría poner su relación en peligro. Bastantes
chifladas le rondaban últimamente, como para que encima tuviera que lidiar con
una ex en el trabajo cada día.
Mejor ni pensarlo, porque no iba a ocurrir.
Adrián puso los ojos en blanco ante su comentario.
—Tranquila, no me hace falta sacar fotos de tus
preciosas tetas —apuntó—. Lo tengo todo grabado en mi mente —dijo con una
sonrisa lasciva cuando señaló su propia cabeza con un dedo.
Luna dejó escapar una risita ahogada y se sonrojó
aún más.
—No hagas nada, solo dedícame esa sonrisa. Quiero
inmortalizarla —dijo muy concentrado.
—Es toda para ti —señaló ella con los ojos
brillantes.
Adrián contuvo la respiración unos segundos y sacó
más de diez fotos.
—Creo que no tenemos una de los dos, ¿te parece que
nos saquemos la primera?
—Sí, buena idea —aceptó enseguida—. Pero recuerda
que la siguiente foto en pareja debería ser con ropa —bromeó.
Se mostró pensativo y le lanzó una peligrosa mirada
por todo su tentador cuerpo.
—¿Por qué? Desnudos todo es mejor…
Luna se quedó con la boca abierta y le dio un
codazo en el brazo en plan juguetón.
Al final se sacaron la foto tumbados. Sus sonrisas
y sus ojos eran brillantes. Se podía ver el amor en ellos.
Luna tomó algunas más lanzándole un beso y sonrió
para sus adentros. Su regalo para el día de los enamorados sería algo muy
especial.
Adrián, a su lado, sonreía al verla tan feliz.
No sabía que en ese preciso momento, Adrián se dio
cuenta de algo importante sobre sus planes. Lo que iba a ser su regalo de San
Valentín para ella, se estaba convirtiendo en algo mucho más significativo.
Tragó un nudo que se formó en su garganta, tiró el móvil a la mesilla de noche
y se preparó para disfrutar de ella de unas cuantas formas. Ya pensaría
detenidamente en lo que acababa de descubrir sobre sí mismo.
Empezó a besar su cuello mientras sus manos
viajaban por todo su cuerpo. Su recorrido empezó en sus pechos, dedicándoles un
masaje en profundidad y haciendo que sus pezones se endurecieran al instante.
Le gustaba cuando arrancaba jadeos incontrolados a Luna y siguió con su tarea.
Bajó despacio una de sus manos hasta su abdomen, acariciando la zona con
lentitud, y solo con la yema de sus dedos, hasta llegar a rozar su sexo. Fue
una caricia suave por la parte superior de sus muslos que terminó en sus
húmedos pliegues.
Adrián se movió entonces y se colocó en posición
para darle el mayor placer. Su lengua acarició aquel rincón secreto y Luna se
estremeció desde la cabeza a los pies. Agarró con fuerza la sábana cuando él se
empleó a fondo varios minutos y utilizó un dedo para penetrarla a la vez que
trazaba círculos sobre su hinchado clítoris con la lengua. Aquello era la
tortura más exquisita que había sentido jamás.
Estaba tan entregada, que apenas podía respirar,
pensar… solo sentía. Todo su cuerpo estaba al borde del precipicio cuando él se
detuvo de forma brusca.
—¿Pero qué? —jadeó.
Se incorporó y abrió sus piernas para tener mejor
acceso para penetrarla a fondo y eso fue lo que hizo. Luna gritó por la
sorpresa y por la invasión. En un segundo estaba con la cabeza entre sus
piernas y al siguiente le tenía dentro, empujando fuerte, como a los dos les
gustaba. Aquel placer era demasiado intenso. Perfectamente irresistible. Con
sus piernas apoyadas en los hombros de Adrián, Luna podía ver cómo bombeaba su
potente erección dentro y fuera de su interior, y aquella visión la encendió
aún más.
Cerrando los ojos, se dejó arrastrar por la marea,
de esas que llegan despacio, sin que apenas puedas percatarte, pero que arrasan
con todo a su paso.
Adrián la siguió de inmediato. Sentir las intensas contracciones
de su vagina, apretando su miembro una y otra vez, era indescriptible. Podía
acabar con su autocontrol con una velocidad pasmosa.
A los dos les encantaba estar unidos de aquella
forma, porque era algo más que físico, más que sexo.
Cuando recuperaron el aliento, Adrián sujetó sus
piernas y las dejó caer con suavidad sobre las sábanas. Estaban exhaustos;
habían dormido poco esos días y cayeron en la cama casi con los ojos cerrados,
listos para entrar en un sueño profundo.
Tuvo el detalle de poner la alarma en su teléfono
para una hora después, que sería más o menos cuando llegaría Tania, y así
tendría tiempo de descansar, de tomar un café y marcharse despejada y saciada.
Eso último le gustaba más. Lo de que se alejara de
él de nuevo, no tanto.
[...]
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