Había pequeños grupos de personas entrando, con sus
trajes y vestidos negros, y con los antifaces ya puestos. Solo algunos
permanecían allí esperando. Eran Adrián, Rubén, y la familia del primero.
Las piernas de Luna apenas la sostenían. Estaba
nerviosa y a la vez excitada al ver que hasta la iluminación de la recepción
había cambiado para ir acorde con el tema de la fiesta. El hotel parecía otro,
uno muy íntimo; acogedor y a la vez misterioso.
Todos se giraron para mirarlas cuando se acercaron.
Rubén se aproximó a Tania y la besó con pasión durante unos largos segundos.
Adrián se quedó paralizado un instante, pero sus
piernas al fin se movieron como guiadas por una fuerza poderosa hacia Luna. Él
llevaba un impecable traje negro y un antifaz liso, sin florituras de ningún
tipo, que le sentaba muy bien. Alzó ambas manos para sostener las suyas y Luna
pudo ver que sus ojos azules estaban brillantes bajo el antifaz.
—Estás preciosa, pareces un impresionante ángel
negro… no sabes cómo me excita pensar eso… —musitó en voz baja, acercando su
rostro despacio.
Acercó sus labios a los de ella y se fundieron con
el leve contacto. No fue suficiente ni por asomo. Adrián le tentó con la lengua
y el beso se volvió abrasador. Le daba igual el resto del mundo, su familia, el
personal del hotel, la fiesta.
Llevaba una semana extenuante y al fin tenía a Luna
allí con él. Se sentía en paz después de lo que le parecía un larguísimo
período de tiempo.
Esa semana había sido demasiado en todos los
sentidos. Estaba desesperado por acabarla.
Ella alzó sus brazos para colocarlos sobre sus
hombros y él aprovechó para sujetarla por la cintura, para pegarla más contra
su cuerpo. Se encontró con el borde del vestido que dejaba su espalda al
descubierto y cuando notó su piel, se estremeció. Subió la mano y acarició su
suave espalda hasta descubrir que no llevaba sujetador. Sonrió contra sus
labios.
Se separó para lanzarle una provocadora mirada
ardiente. Fue entonces cuando se percataron del espectáculo que acababan de dar
para todos los que pasaban por allí.
—Tu familia está ahí mismo —señaló Luna
avergonzada, mirando hacia donde se encontraba Manuel, Lorena y otras personas
a las que no conocía.
Una de ellas era una mujer joven que los miraba
boquiabiertos.
—Todos son adultos. Seguro que entienden —ronroneó
con voz apenas audible.
—Ya —dijo en voz baja, notando el rubor intenso de
sus mejillas.
Se separaron sin mucho entusiasmo y fueron a su
encuentro cogidos de la mano. Cuando se deshicieron de los antifaces por un
momento, Adrián les presentó a Tania y a ella a su tío Oscar Hidalgo, hermano
de su padre y también hombre de negocios, a su mujer Diana González y a su
prima Estela. Se les veía gente distinguida y con mucha clase. A Luna le entró
el pánico pensando que no iba a encajar ni por asomo con ellos, o con el resto
de invitados, cuando estos empezaron a hablar del hotel y de la fiesta de
aniversario.
Sus mundos eran muy distintos, y aunque Adrián le
había demostrado que era tan trabajador como cualquiera, tenía un imperio que
dirigir. Luna no sabía si algún día comprendería lo que aquello implicaba. Mucha
responsabilidad, eso para empezar.
Estela la miraba como si la estuviera evaluando,
pero para su alivio, parecía contenta de conocerla, y algo en su expresión le
indicó que no estaba mostrando una pose falsa porque la tuviera delante. Su
sonrisa parecía genuina.
—¿A qué te dedicas Luna? —preguntó de repente
Estela.
Todos las observaron y permanecieron en silencio en
espera de su respuesta. Solo los tíos y la prima de Adrián desconocían ese
detalle de su vida, pero los demás no pudieron evitar aguardar a que hablara.
—Soy agente, igual que Tania —dijo señalándola con
la mano—. Las dos trabajamos en la inmobiliaria de sus padres en Granada.
—Oh vaya, qué bien —dijo con cara de sorpresa.
Luna no encontró ni rastro de desprecio o
superioridad en ninguno de los presentes, para su asombro y alegría. Se ganaba
la vida como millones de personas, y por suerte para ella, no parecía que eso
lo consideraran un pecado. Otros sí que lo harían, pero le daba igual. Aunque
contaba mucho lo que los demás pensaran de ella, si su familia política —si es
que algún día llegaban a serlo oficialmente— la aceptaba, para ella contaba mucho
más que el resto.
—Con lo guapa que eres, creía que serías modelo o
actriz, y me alegro de que no sea así —dijo muy sonriente.
—¿Por qué dices eso, cielo? —le preguntó su madre
contrariada.
—Porque creo que están todas locas —soltó con una
frescura que casi no parecía un insulto.
Adrián carraspeó para evitar carcajearse.
—¿Tengo que señalar lo evidente, prima? —inquirió este
con ironía.
Estela le miró con una cara muy seria y negó con la
cabeza cuando se volvió hacia Luna.
—Yo soy modelo desde hace unos años… así que sé
porqué lo digo —añadió muy satisfecha. Hubo risitas por lo bajo.
Guiñó un ojo a Luna y esta no pudo contener la risa
por más tiempo. Esta chica iba a caerle muy bien.
[...]
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